sábado, 10 de diciembre de 2016

Un yodito en el cielo azul

Es simple: cuando la gente tiene ganas de verse, se encuentra y se ve. Si alguien sale con rollos para encontrarse, es que no le interesa. M. S.-A. y yo queríamos encontrarnos antes de que se nos vinieran encima las carreras de fin de semestre y los viajes de cada uno. Cotejando agendas, sólo había una oportunidad: desayunar el jueves, temprano, antes de que ella viajara en bus a Washington D.C., pues cuando regrese ya yo no estaré en Brooklyn. Pero lo hicimos. Ella encontró el lugar: Blue Sky Bakery, una cafetería y repostería en el barrio Prospect Lefferts Garden, al este de Prospect Park, cerca de donde agarraría el bus. Ella se levantó temprano, yo también, me mandó un texto cuando estaba lista y salimos hacia el punto de encuentro. Yo llegué un poquito antes y pedí un café. Cuando la vi acercarse, cargaba a espaldas su órgano en un estuche rojo, pues iba a un concierto con su banda en Virginia, y jalaba una maletita de rodines. Le ayudé a entrar y ella pidió un café latte y un muffin, yo un cangrejo (croissant, media luna), y listo. Conversamos una hora y se nos fue volando. Me resultan simpáticos sus colochitos trigueños y un toquecito entrecanos, y su expresión un poco desconcertante, pues sus ojos siempre miran vivaces pero las líneas hacia abajo en las comisuras de los labios la hacen parecer seria. Luego la acompañé hasta la parada del bus y nos dimos un abrazo de despedida. Ella me regaló un cd de uno de sus grupos, Miramar, el que toca boleros puertorriqueños. Se lo agradecí muchísimo, fue un lindo gesto. Y es lo dicho: nos conocimos hace poco, pero sentí en ella las mismas ganas de conocerme que yo sentía en conocerla a ella. Y así, con interés mutuo, ha llegado una nueva persona a mi vida. Bienvenida.

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