La fotografía del Atlántico en la escena inicial, cuando una barco de pescadores se acerca a puerto en la costa de Massachusetts, ya me cautivó. Y la cinta me mantuvo completamente inmerso en su mundo por un par de horas. Es la historia de un tío huraño, de vida solitaria, que vive en Boston pero regresa a su pueblito costeño pues debe hacerse cargo como guardián de su sobrino. Poco a poco vas descubriendo porqué el tío, de naturaleza cariñosa y responsable, ha vivido así, tan aislado, por varios años. Y te deja devastado. Tanto que Tsun-Hui lloró y lagrimeó por largo rato, pero calladita y quietecita, como muchacha asiática, así como para que yo no me diera cuenta. Pero yo no le podía decir nada porque tenía la garganta hecha un nudo. Si hubiera intentado hablar, no habría podido hacerlo sin que se me quebrara la voz. Entonces me quedé callado con el cogote hecho un colocho hasta el final. Y el desenlace te deja en silencio. Así nos quedamos hasta que pasaron todos los créditos.
Después del silencio me dijo: --¿Quizá era muy triste para un domingo en la noche?--. Pero a mí me pareció que valió la pena aunque fuera un domingo. La vida puede ser muy dura. El corazón humano puede romperse pero busca restaurarse y vivir. No hay garantías, quizá no logre recomponerse del todo, pero lo sigue intentando. --Al menos la vimos juntos, no quisiera haberla visto sola--, puntualizó. Asentí en mi mente, sin decirlo.
Nos despedimos rápido. Tsun-Hui aún debía regresar a su apartamento en Manhattan y prepararse para el lunes. Y yo tenía que preparar una lección de filosofía moderna. Antes de despedirnos, le pregunté cómo se sentía para su viaje a Tokio. Va a entrevistarse con tres empresas. Se siente ilusionada. Yo me alegro por ella aunque bien sé que Nueva York me va a parecer una ciudad de ocho millones de personas menos una muy importante cuando ya no esté. Justamente por ello, un simple domingo de película con ella es un tesoro para mí.
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