sábado, 18 de marzo de 2017

Una semana en cinco instantáneas


Lunes, fin de tarde. El servicio metereológico ha pronosticado la mayor tormenta del invierno. Habrá nieve, granizo y ventiscas fortísimas a partir de medianoche y todo el martes. Paso por el mercado de Windsor Terrace a comprar algunos víveres: pan integral, hummus, fruta, papa, zanahoria, tomate. El mercado es una locura: la gente compra carne, leche, huevos, embutidos, helados, papas fritas congeladas, pan, galletas y demás como si fuera el fin del mundo. La fila para las cajas zigzaguea a todo lo largo de tres pasillos. Me entretengo viendo en los estantes productos que nunca vi - ¡lo mein orgánico! ¡a la cesta! - y observando a la gente, sobre todo a los papás y mamás que llevan a sus infantes en enormes coches cargados de víveres.


Martes. El hielo me despierta de madrugada al golpear las ventanas. Nieva toda la mañana. Por la tarde las ventiscas barren la nieve de techos y aceras y la acumulan contra muros y paredes.  Cae la noche y sigue nevando y el viento continúa aullando. Debí corregir exámenes pero leí la Odisea. Ulises, Telémaco, Penélope y Palas Atenea han sido mi única compañía. Me entra un sentimiento de futilidad. Me rescata de éste un texto de R y otro de mi Sol. Pero me queda una inquietud interior. Para sacármela existe la poesía, aunque sea confesional y mediocre.


Miércoles. Después de clases me voy en el tren 5 desde Flatbush Junction hasta la estación Grand Central en Manhattan. Hago transbordo al tren 6, me bajo en Calle 53 y camino hasta la 52 con la avenida segunda. Greg-san ya me espera afuera de Hide-Chan Ramen, donde hemos quedado para cenar. No nos veíamos desde hace varios meses. En octubre comimos curry, en diciembre sushi, pero desde que regresé de Costa Rica no nos encontrábamos. Entramos. Agradezco el "irasshaimase" de bienvenida de la anfitriona. Nos sentamos y quedo frente a la pared cubierta de máscaras, desde la del Pato Donald a la de Ultra Man. Le mando una foto a Jahel y me dice que quiere la de Hello Kitty. Pronto viene el mesero. Pedimos gyoza de vegetales. Greg-san quiere un ramen en el caldo tradicional de chancho, pero yo pido uno en caldo de vegetales y pescado, el bonito, acompañado de una jarra de Sapporo de barril. Mientras disfruto de mi ramen delicioso y suave, escucho a Greg-san ponerme al día sobre su trabajo en teatro y el documental que está produciendo. Es un tipo tímido, gentil, quizá el alma más benevolente, generosa y entregada que conozco. Me ayudó a editar todo el manuscrito de mi libro. Resilient Loving saldrá con agradecimiento para él.


Jueves. Me encuentro con mi colega Justin para beber un par de cervezas de Happy Hour en la High Dive, una taberna inglesa de Brooklyn. Su esposa, Meg, quien también es profesora, se ha ido de spring break a visitar a su mamá en Cleveland. Entonces a Justin le viene bien tomar una cerveza antes de regresar solo a casa. A mí también. El pide una Dieu du ciel (una belga negra de una cervecería de Quebec). Yo me pido una Guinness. Aunque me gusta la cerveza inglesa, me deleita pedir una irlandesa negra y republicana en una taberna de rubias y pelirojas monarquicas. Soy republicano. Conversamos de filosofía, de Spinoza, Dewey, Du Bois y hasta de Resilient Loving. Pero pronto pasamos a la literatura y a la vida y al receso de invierno que Justin y Meg han pasado en un rincón desértico de California, en las cercanías de Arizona. Otra belga, pero rubia, para él; otra negra irlandesa para mí, en vísperas de San Patricio. La tertulia me alegra.


 He visto con Tsun-Hui y Hiroo-san la película Personal Shopper en tanda de viernes por la noche. ¡Qué disparate de cinta! A parte de la buena actuación de Kirsten Stewart lo único que me ha quedado es una enorme indignación de haber perdido dos horas de mi vida viendo ese filme pseudo-filosófico y pretencioso. Para olvidar el mal rato, los tres concordamos que necesitamos buena comida y una cerveza. Del Teatro IFC nos vamos a Meskerem, el restaurante etíope de MacDougal Street. En las paredes hay dibujos y pinturas de mujeres con rasgos etíopes: ojos grandes y almendrados, cuellos largos, narices finas de punta redondeada, pómulos altos, barbillas largas y finas. Hay también fotografías de paisajes desérticos etíopes. Pedimos dos platos combinados, uno de carnes y el otro vegetariano. Rompo las normas y me atrevo con la res y el cordero pero mantengo el garbanzo, la zanahoria, la papa, el repollo y  la espinaca. Los sabores son deliciosos, los condimentos naturales. Es día de San Patricio, pero la cerveza etíope es una lager, Saint George's. Me la bebo con gusto, mientras converso con mi ángel taiwanesa y mi amigo japonés. ¡Qué ganas de regresar a Asia!

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