viernes, 23 de marzo de 2018

El cantante y la maestra: cena y tertulia con amigos

Había caído la noche y la tormenta continuaba derramando nieve y paz sobre Brooklyn. Albergado en mi cuevita cálida tras una caminata invernal, yo preparaba la cena para mis visitas. Cocinaba mi comidita casera de siempre: tomate y aceitunas en aceite de oliva y zaatar, arroz blanco, vegetales al vapor, trucha, berenjena al ajo, alcaparras y cúrcuma. Mis amigos ya saben que soy sencillo pero cariñoso. Mientras preparo la trucha tocan el timbre. 

Son ellos, mis vecinos y amigos del alma. Los recibo con abrazos de alegría. Él es un pelirrojo y barbudo cantautor irlandés. Ella es una maestra escolar de arte, de cabello castaño con toques de caoba, piel nívea y ojos verdes en forma de avellana. Cada uno es un tesoro cósmico de amistad y generosidad. Juntos son un presente divino, una dosis vital de alegría en mi vida brooklyniana. Se quieren, se entienden, se apoyan, se complementan. Se nota. Me dan esperanza. Cenamos, tertuliamos, nos reímos, disfrutamos. 

Escuchamos a Puerto Candelaria, Monsieur Periné, Calle 13 y Ladama Project. Cuando toca "Una tarde de sol" de Manolo García en la lista de canciones, le digo a ella que las letras de Manolo me recuerdan a las de su esposo irlandés. La sensibilidad de ambos ante las personas anónimas y sus historias mínimas es similar. Ella, que habla español, escucha con atención.

Continuamos la tertulia un rato más. Cuando se marchan, mi corazón rebosa de gratitud y gozo. "Guardo una tarde de sol por si hace falta", canta Manolo. Y yo guardo una tertulia de noche invernal para otras noches solitarias.

Caminata antes de cenar en casa con amigos

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