Son ellos, mis vecinos y amigos del alma. Los recibo con abrazos de alegría. Él es un pelirrojo y barbudo cantautor irlandés. Ella es una maestra escolar de arte, de cabello castaño con toques de caoba, piel nívea y ojos verdes en forma de avellana. Cada uno es un tesoro cósmico de amistad y generosidad. Juntos son un presente divino, una dosis vital de alegría en mi vida brooklyniana. Se quieren, se entienden, se apoyan, se complementan. Se nota. Me dan esperanza. Cenamos, tertuliamos, nos reímos, disfrutamos.
Escuchamos a Puerto Candelaria, Monsieur Periné, Calle 13 y Ladama Project. Cuando toca "Una tarde de sol" de Manolo García en la lista de canciones, le digo a ella que las letras de Manolo me recuerdan a las de su esposo irlandés. La sensibilidad de ambos ante las personas anónimas y sus historias mínimas es similar. Ella, que habla español, escucha con atención.
Continuamos la tertulia un rato más. Cuando se marchan, mi corazón rebosa de gratitud y gozo. "Guardo una tarde de sol por si hace falta", canta Manolo. Y yo guardo una tertulia de noche invernal para otras noches solitarias.
Caminata antes de cenar en casa con amigos |
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