En la primera página de mi ejemplar, la poetisa me ha firmado una dedicatoria: "Para Daniel con agradecimiento por tu Loving Immigrants in America. Mis mejores y más cálidos deseos, Emily".
Es una honra y un gozo recibir este regalo. Emily ha sido mi profesora, mentora y amiga por muchos años. Conocí su poesía y filosofía, su sensibilidad e inteligencia, su amor por su esposo y sus cuatro hijos, durante mis años de estudiante en Pensilvania. Desde entonces hemos mantenido una enriquecedora correspondencia. Somos de las pocas personas que todavía escribimos cartas, que encontramos en la correspondencia una manera de conversar y cultivar una amistad. Ella comparte conmigo el cuidado y cariño que hay en sentarte y escribirle a alguien de tu puño y letra un mensaje irreproducible, irrepetible, íntimo, como si le hablaras solo a ella, sabiendo que la carta demorará en llegar, que enviarla es un acto de fe y de confianza tanto en los ángeles que llevarán el mensaje como en la amistad que da sentido a la carta. Justamente porque demorará en llegar es que la carta tendrá valor.
Esta noche he decidido empezar a leer sus poemas desde el principio, desde su primer poemario, The River Painter (1984), el único que no he leído. Es el poemario de su juventud.
Ya he leído algunos poemas y he descubierto una mujer apasionada, aventurera e inteligente que viajaba por Inglaterra, Grecia y Francia, enamorada del mundo, rebosante de sensualidad, abierta a las posibilidades de los sentidos y del intelecto mientras caminaba por las montañas y los bosques, andaba en bicicleta por pueblos, ciudades y campiñas, estudiaba en bibliotecas y cenaba en jardines.
Sus versos me hacen pensar en una muchacha joven, llena de vitalidad, que quiere abrirse al mundo, que viaja y sueña, que florece y se deleita.
Leeré con deleite yo también y viajaré a través de los versos de Emily. Compartiré lo más notorio que descubra.
El poemario y la orquídea |
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