Anochecía. Una chiquita y su papá se bajaron de su carro mientras yo ascendía la leve pendiente por Avenida 10 hasta mi Calle 17. La chiquita, blanquita de ojos azules y cabello rubio recogido en colita, tenía unos tres años. Jugaba en su imaginación pues había saltado del carro a la acera y andaba de puntillas y sigilosamente, como tigresa acechante en medio de una selva imaginaria. Su papá caminaba despacio detrás suyo. Los alcancé y rebasé. Cuando pasé al lado de la niña, la miré, me miró con luz de zafiros en la mirada y se rió con inocencia. Miré al padre y le sonreí. Continué caminando y la niña me alcanzó corriendo de puntillas, dando pasitos cortos pero rápidos. En la esquina estiró sus brazos hacia arriba y exclamó: Alright! Se detuvo, me miró y encorvó su columna, como si se escondiera en la selva imaginaria de nuevo, tigresa lista para atacar. Allí terminó nuestro juego conjunto. Ese pequeño momento lúdico llenó mi día de encanto infantil.
"Será como la luz matinal.
Como el resplandor del sol en
una mañana sin nubes.
Como la lluvia que hace brotar la hierba de la
tierra".
No hay comentarios.:
Publicar un comentario