sábado, 27 de diciembre de 2014

Dos recuerdos navideños en Calle Blancos



Sábado 20 de diciembre por la noche. En el estadio Eladio Rosabal Cordero de Heredia, el Deportivo Saprissa se juega el campeonato ante el cuadro local. En la sala de televisión de una casa de un barrio ubicado entre los distritos de Guadalupe y Calle Blancos, cantón de Goicoechea, provincia de San José, padre e hijo ven el partido juntos. Hacia el fin del primer tiempo, Vega controla con garbo un pase largo y fuerte, duerme el balón en su pie, empieza a driblar rivales, se acerca a la media luna y patea fuerte con la zurda al ángulo inferior izquierdo del arquero florense. Gol. El campeonato está cerca. Los dos lo gritan y se abrazan. Entonces el hijo se acuerda de una noche de 1982. Aunque durante los primeros seis años de su vida la S había ganado un hexacampeonato, él no recordaba ninguno de esos seis títulos. Después vino la sequía que sí recordaba porque la vivió durante sus años de primaria cuando las pasiones futboleras se vivían con intensidad en los pasillos y patios de la escuela. Pero aquella noche del 82 se jugaba la final entre el Municipal Puntarenas y el Saprissa en Tibás. Padre e hijo miraban el partido en el mismo cuarto de la misma casa. Estaba parejo y tenso el encuentro. Entonces Guima pescó un balón en la media luna y pateó con la derecha al ángulo inferior derecho del arquero porteño. Gol. Campeones. Padre e hijo lo gritaron y se abrazaron. Al año siguiente, el hijo anduvo feliz por los pasillos de la escuela. 

Jueves 25 de diciembre por la tarde. El sol tibio cae ya hacia el occidente y corre una brisa fresca y agradable desde el este. Un emigrado nostálgico camina alrededor de la cancha del Colegio Técnico de Calle Blancos. Al norte, muy cerca, en Tibás, ve el glorioso estadio Ricardo Saprissa Aymá, adonde tantas veces lo llevó su papá cuando era niño y adonde fueron después tantas veces juntos. Aun más al norte observa la iglesia de San Isidro con sus torres blancas y las montañas de laderas verdes y cumbres azules de Heredia, volcán Barva incluido. Hacia el oeste encuentra el centro de San José, más allá el estadio Nacional y finalmente las montañas que rodean al Valle Central, coronadas algunas por turbinas eólicas que le parecen quijotescos molinos de viento. Hacia el sur una hilera de pinos altos bloquea la vista. Al este ve más montañas por detrás de los árboles del colegio, pero no distingue las cumbres del Irazú. En la cancha y pista atlética decenas de niños y niñas juegan con sus padres y hermanos mayores. Algunos estrenan bolas de futbol, otros  carritos, triciclos o muñecos. Muchos aprenden a andar en sus bicicletas nuevas. Algunas aun tienen los rodines, pero otras ya no los tienen. Hay papás que enseñan a sus hijas y mamás que enseñan a sus hijos a andar en bicicleta. Algunos todavía las sostienen, pero otras apenas los acompañan, caminando a su lado, para darles seguridad. Entonces el nostálgico recuerda una tarde navideña, treinta y seis años antes, cuando su padre lo llevó en su nueva bicicleta roja marca Caloi –brasileñaa las canchas de baloncesto del Liceo Napoleón Quesada. Su papé le permitió andar la bicicleta con rodines un rato, pero muy rápido se los quitó. Entonces lo sostuvo mientras el hijo aprendía a pedalear manteniendo el equilibrio. Hasta que éste se afianzó, se animó, se soltó y empezó a pedalear solo. Después de aquella tarde, se le vio muchos días de verano lanzándose a toda velocidad cuesta abajo en la calle sin salida de su barrio. Hasta una vez en que se arrojó tan rápido que perdió el control, no pudo dar la vuelta al fondo de la cuesta y se tuvo que tirar de la bicicleta, mientras ésta continuaba sola y se estrellaba contra el muro al final de la calle. Pero de alguna forma sobrevivió y su Caloi roja también. Y por ahí anda el hijo emigrado dándole vueltas al mundo, a pie, en tren, en avión, en carro o en bici. A veces se estrella contra un muro, pero se levanta y sigue, animado por el impulso de su padre.

miércoles, 24 de diciembre de 2014

Mañana de Noche Buena en un jardín guadalupano

El sol se levanta en el oriente, iluminando el límpido azul del cielo sobre el Valle Central costarricense, el verde oscuro de las hojas y el rojo encendido de las flores de la enredadera que trepa por el muro de mi jardín, y los pétalos rosados de las flores de mi rosal--enredadera, rosal y jardín que cuidan mis papás con cariño cuando yo no estoy. En la enredadera viven orugas que pronto serán mariposas. Del néctar de sus flores se nutren mariposas y, a menudo, un colibrí que aparece justo cuando converso con una compañera caminante de muchos caminos que siempre me ha alegrado la vida. La brisa fresca del diciembre josefino mece las flores de la enredadera y los tallos del rosal. Me levanto, observo todo esto y más, respiro profundo, y le doy gracias a la vida que me ha dado tanto. Entonces pienso en las personas queridas aquí en Costa Rica, en Nueva York, Lima, Buenos Aires, Montevideo, Caldas, Marília, Santos, Sao Paulo, Belo Horizonte, Porto Alegre, Salamanca, Barcelona, Vigo, Tokio, Tsukuba y tantos otros lugares hasta donde llegan el amor y la amistad, como tallos floridos de una enredadera tropical. 

domingo, 23 de noviembre de 2014

Cuando un amigo te rescata del invierno brooklyniano

El invierno llegó a Brooklyn, arremetiendo con furia, la madrugada del martes. Esa misma tarde, tiritando de frío, supe que una amiga y consejera se marchará. La mañana del miércoles me encontré caminando desde Kensington hasta Midwood, hacia la universidad, a -7 centígrados. Por la tarde el sol se está ocultando temprano y antes de las 5 pm ya está oscuro el mundo.  El resto de la semana escribí, nadé, caminé. No me encontré con nadie: típico ritmo brooklyniano. 

Pero el viernes por la noche, por fin, fui a Pioneer Works en Red Hook, barrio costero donde el aire huele a sal marina, a escuchar cumbia psicodélica peruana: algo un poco raro. Pero igual moví el esqueleto con una amiga nica, varias puertorriqueñas, un nuevo amigo tico (percusionista) y otra gente más: reunión de solitarios y comunitarios en busca de alegría. Apenas terminó de tocar el conjunto psicodélico-cumbiambero, me quise ir a casa. Y justo en la parada del bus conocí a una socióloga caleña, otra solitaria con ganas de conversar. El trayecto en bus alcanzó para humanizar, conversando un poco, la semana.

El sábado escribí en casa así como Sonny, el personaje del cuento "Sonny's Blues" de James Baldwin, toca piano. Sonny toca piano para sobrevivir, para no rendirse, para no darse por vencido, para sentirse vivo, para no sucumbir en esta ciudad de tristezas y alegrías, desesperanzas y anhelos. 

Afuera de mi casa, el invierno todavía acechaba. Pero por la noche encaré el frío y fui a escuchar a mi amigo, Niall Connolly, tocar en el Rockwood Music Hall. Desde la primera pieza hasta la última, Niall y su banda tocaron sintonizados. Guitarras, bajo, percusión, voces -- todo en la misma onda y llenando el music hall de energía. El invierno acechaba, pero la música de un amigo nos rescató a los que buscábamos sobrevivirlo.

Escuchar "Four Faced Liar" y "Corridors" de Niall Connolly 

domingo, 2 de noviembre de 2014

Ojos enloquecidos de amor en Greenwich Village

Con la llegada anoche de un frente frío, casi invernal, los indigentes han abandonado las calles y han vuelto a refugiarse en las estaciones del metro. Esta noche, en la estación de West 4th Street, vi a una mujer indigente, negra, de unos cincuenta años, cabello corto y canoso, sentadita en una banca en la plataforma del tren F. Sostenía contra su pecho a un león de peluche con su mano izquierda mientras lo acariciaba con la derecha, como si fuera su bebé. Le sonreía con ternura y lo miraba con ojos enloquecidos de amor. Y por debajo de la locura, se escondía un profundo dolor.

sábado, 1 de noviembre de 2014

Conociendo a un amigo kosovar


Una tarde hace más de cinco años, casi al anochecer, al salir del apartamento para ir a alquilar una película, me encontré de frente con la puerta de mis vecinos abierta. Fatmir se sentaba a la mesa para cenar con su familia. En un gesto espontáneo, instado por su esposa, me invitó a cenar con ellos. Acepté. Ella había preparado flija (pronunciado "fli"), un platillo albanés, según me explicaron. Después supe que es el plato típico kosovar: consiste en múltiples capas de una pasta horneada, dulce. Con tomates y yogurt, era una delicia. A la mesa se sentaron también dos de sus tres hijas, además de su hijo menor, Alban, y su esposa. La hija mayor llegó un poco después pero no cenó con nosotros. 

Me atendieron de maravilla, con mucho cariño. Y Fatmir me contó varias cosas de su vida que me sorprendieron. En la mesa, mientras comíamos, me dijo que hacía poco había renunciado a su trabajo de varios años y abierto, junto con su hermano, una pequeña empresa, Ventanas Tal y Tal (debido a su apellido): colocaban y reparaban ventanas en casas y edificios.

Le brillaban los ojos gatos y se le escuchaba aún más feliz al hablar de sus hijas, en especial de la mayor, quien era muy buena estudiante y de hecho iría a un intercambio en Madrid pues se destacaba en las clases de español. Se sentía feliz de pensar que sus hijas pudieran estudiar algún día en la universidad. Cuando el llegó a Brooklyn, en el año 99, lo intentó, pero con la responsabilidad de su familia y sin apoyo económico, tuvo que salir a trabajar. Pero sus hijas iban bien en la escuela. --Al contrario de todos los hombres en mi familia que siempre han ido mal --dijo. Esperaba que tuvieran apoyo estatal para poder estudiar en la U.

Luego, mientras tomábamos un café turco en la sala de su casa y me contaba de sus padres y hermanos, le pregunté si vivían en Tirana. Me contestó que aunque ellos son de etnia albanesa, en realidad provienen de Kosovo. 


Y allí me contó sobre su pasado: a fines de los años 90 era miembro del ejército kosovar mientras el ejército serbio cometía atrocidades contra la población civil albanesa en Kosovo. Contó cómo en algunas ciudades “los serbios” mutilaron, degollaron y asesinaron a los hombres jóvenes o a sus familias, si éstas no daban cuenta de su paradero. --En algunos lugares, la sangre corría como agua después de un aguacero --me dijo. Sin darme detalles, me dio a entender que fue en esa época que vino a Nueva York. 

Mientras me contaba esto en la sala de su apartamento en Brooklyn, entonces feliz con su familia, su hogar y su trabajo, también cercano a sus tres hermanos y sus familias, sentí que por primera vez conocía algo de este hombre joven, alegre, sonriente, amigable. Debía tener poco más de 40 años. Era fuerte y de manos gruesas que utilizaba con agilidad a pesar de que le faltan los extremos del dedo largo y el anular en una mano. ¿Accidente de trabajo o bélico?  Pasaron muchísimos meses, múltiples conversaciones casuales, antes de conocerlo. Nunca imaginé su historia.

domingo, 21 de septiembre de 2014

"Amazing Grace": Una gaita nocturna en Fort Greene

Sábado por la noche. Fin del estío brooklyniano: temperatura agradable de veintidós centígrados que me recordaba a San José, cielo despejado pero citadino (sin estrellas visibles), brisa leve. Tras un concierto de música folk sureña, irlandesa y escocesa en la Brooklyn Academy of Music, caminaba por la avenida Lafayette hacia el este conversando con una amiga taiwanesa. En el concierto había escuchado a Natalie Merchant por primera vez en vivo.  Cantó dos baladas, una angloamericana y otra irlandesa. Su voz me había recordado mis años universitarios en el Sur de Gringolandia, cuando 10,000 Maniacs arrasaban en la música alternativa y luego Natalie se lanzaba en solitario con piezas como "Carnival". 

Esto le contaba a Tsun-Hui cuando, casi a la altura de Saint James Place, antes de llegar a la esquina de la iglesia bautista Emmanuel, nos topamos con una fiesta uno de los pocos jardines que quedan en el barrio, arrasado por los edificios de apartamentos. Y en el jardín, alguien tocaba el himno espiritual "Amazing Grace" en una gaita. Nunca la había escuchado así, a la escocesa, pero la melodía me conmovió de nuevo, como me conmovía hace años en las iglesias del Sur, cuando todos los feligreses cantaban el himno en coro y parecían sentir la melodía y la poesía en lo profundo del ser. Yo, al menos, así las sentía.


viernes, 19 de septiembre de 2014

Indicios del otoño en Ocean Parkway

Por la mañanas, al caminar hacia el mar por el bulevar de Ocean Parkway, ya sentís una brisa fría erizarte la piel. Corre desde el Atlántico que baña las playas de Coney Island y Brighton pocos kilómetros al sur. Al respirar, los pulmones se te llenan de ese aire marino y fresco, delicioso. Los robles todavía se muestran frondosos, completamente vestidos por follaje muy verde, pero las hojas de los cerezos ya empiezan a mudar de color, a insinuar el marrón de la tierra hacia la que van a caer. Pero los heraldos otoñales son, ante todo, los árboles exfoliantes del bulevar y las calles perpendiculares a Ocean Parkway. Al deshacerse de la corteza de sus troncos quedan prácticamente blancos y esta semana sus hojas han empezado a tornarse de un verde pálido o amarillentas. Cuando la fresca brisa atlántica las mece y las mirás desde abajo a contraluz, cual mariposas verdeamarelas contrastando con el límpido azul del cielo, te alegran por la belleza del verano que viviste al aire libre y por el otoño que te traerá tiempo para pensar mientras caminás abrigado por parques y bulevares de la ciudad. 

domingo, 14 de septiembre de 2014

Contrastes en João Pessoa

Si llegás al mediar la tarde de un día entre semana, la estación de autobuses interestatales aparece tranquila, con poco movimiento excepto el de las palmeras en el viento. Te da la sensación de cabecera de cantón más que de capital de un estado: tranquila ciudad provinciana. 

Pero a pocas cuadras de distancia, en el centro histórico, el movimiento de gente en las calles y avenidas es intenso. Sin embargo, te dejan un poco triste los edificios comerciales descuidados y venidos a menos y, sobre todo, los carteles sobre las señales de tránsito que dicen: "Crack: Diga Não". Si le preguntás, algún taxista paraibano te puede contar que hay epidemia entre jóvenes e incluso niños y aquellos que no han sido abandonados en la calle a veces matan a los propios padres para robarles y comprar piedra. 

Entonces cuando desembocás en la laguna, rodeada de árboles y palmeras del Parque Solón de Lucena, te parece un oasis. En el parque y sus cercanías, los estudiantes de secundaria conversan en grupos mientras esperan los buses para irse a sus casas. Rápidamente percibís que este pueblo simpático es mucho más mestizo, indígena y mulato que el del sur de Brasil.

Hay muchísimos vendedores ambulantes y casi todos venden cds y dvds pirateados. Sus carritos consisten en una caja de madera atravesada por un eje metálico para las llantas de hule. Dentro de la caja instalan dos ruidosos altoparlantes y como todos venden lo mismo, la competencia consiste en quién toca el forró, el funk, o el sertanejo más escandaloso.

Finalmente pasa tu bus para llevarte al barrio de Tambaú. De camino te toca enfrentarte con el tránsito de hora pico y pensás cómo pueden haber presas en una ciudad tan pequeña. 

Pero te bajás frente a la playa de Tambaú y empezás a caminar a lo largo de ella. Lamentablemente ya anocheció y no podés ver el agua turquesa. Pero igual corre una brisa fresca y fuerte, las levísimas olas te arrullan. No ves el color del agua pero ves las estrellas, pues la ciudad no es tan luminosa. Respirás profundo, caminás tranquilo y disfrutás el momento.

Te topás a mucha gente de todas las edades caminando, corriendo o andando de bicicleta por el paseo, haciendo ejercicio. Hay mercados de artesanía, tiendas de ropa de playa, restaurantes y bares, incluso una galería comercial. 

Y te acordás de lo que ya sabías: en las capitales costeras del Brasil, la clase media alta vive muy bien, cerquita del mar, mientras el pueblo suda la gota gorda en los barrios donde la brisa no corre ni se escuchan las olas, donde el sútil olor a sal marina ya no se siente por el humo de los escapes, los aceites derramados en el asfalto, la basura en los caños, y la humedad impregnada en las paredes.

Te ves observando dos mundos, transitando entre ellos, y no sabés muy bien qué hacer, excepto retratarlos en una postal.

lunes, 1 de septiembre de 2014

Domingo por la noche en Recife Antiguo

Los domingos, en las inmediaciones de la calle Bom Jesus en el más antiguo barrio de Recife, se realiza una feria popular alegre y concurrida por todos: adolescentes, adultos, familias con niños, grupos de señoras, algún turista. Hay artesanía y comidas regionales de todo el Brasil: acarajé baiano, pastel, empada, tapioca, pamonha y demás.

Ayer había Feira do Livro por un festival de literatura--entre los tesoros, encontré una antología poética de Manuel Bandeira, maestro poeta recifense y brasileño, y conversando con un librero descubrí una novela de Raimundo Carrera, novelista pernambucano contemporáneo.

Se escuchaban, en calles adoquinadas o empedradas, grupos de percusión ensayando sus ritmos. En una plaza abierta al lado del río Capibaribe, una banda tocaba música pop brasileña (no MPB, sino de consumo comercial masivo, o de industria cultural como les gusta repetir a los intelectuales brasileños), mientras la gente animadísima bailaba.

Tras anochecer y avanzar la noche, la gente convergía en la plaza del Arsenal, entre edifícios restaurados de coloridas fachadas neoclásicas, donde cada último domingo del mes se realiza el evento Dançando na Rua (Bailando en la calle). Por cuatro horas dos grupos tocaron de todo para bailar: swing, rock, funk, samba, axé, frevo, forró, y hasta salsa. El momento culminante fue una canción de carnaval de Olinda, cuando la gente cantaba, bailaba y se movía en perfecta sincronización.

A mi lado, una señora mestiza, de pelo negro y piel acaramelada, de vestido amplio, fresco, negro y de bordados coloridos, bailó todas las piezas muy sonriente y alegre, desde la primera, un rock de Elvis, hasta la última, un forró regional. La acompañó, en muchas piezas pero no todas, un tico animado. Más que alegre, esa señora bailarina tenía aura de ser feliz.

Domingo en Boa Viagem

Por la mañana, los bañistas recifenses se acercan a la larguísima playa de Boa Viagem, en Recife, y buscan un lugar en las sillas bajo las sombrillas que proveen los comerciantes. Estos tienen sus barracas (chinamos) listas para ofrecer agua de pipa, gaseosas, cervezas, pasteles fritos rellenos, yuca, camarones, pescado frito y demás platillos a sus clientes. Como a la mayoría de los brasileños, a los recifenses les gusta agruparse, estar "en pelota" en la playa, y prefieren que les sirvan tranquilos que llevar sus propias cosas y sentarse en un lugar un poco distante de los demás.

Tras ubicarse bajo una sombrilla, algunos se van a caminar. Van muchachos y muchachas, amigas, parejas, grupos de adolescentes, gostosas de bikini, rellenitas en hilo dental (entre más rellenas, más diminuto el hilito), fortachones en ridículas zungas que más parecen garotos de programa (acompañantes masculinos), señores y señoras muy dignas y demás.

Otros prefieren bañarse, principalmente los niños que con sus padres o hermanos mayores se pasan horas en el agua y en la arena mojada.  

La arena es de un blanco amarillento. En un día soleado como ayer, las aguas son verdes y turquesas, apenas opacadas por alguna nube pasajera o en los sectores donde están las piedras que hacen de barrera natural frente a la playa.

Quien se sienta bajo una sombrilla a escuchar , atiende conversaciones de muchachos sobre garotas o futbol (Sport es el club más reconocido, Nautico el más antiguo, Santa Cruz el más popular),  de familias sobre familiares que no están, de adultos sobre política pues pronto hay elecciones. También alguna familia tiene el radio puesto con música pagode incesante. Pasan cientos de vendedores ambulantes: "Ostra fria" (pronuncian oshtra), "castanha de caju" (semilla de marañón), "caldo" (no supe de qué). Un flaco mulato con camisa del Inter de Porto Alegre, el 7 de Forlán a la espalda, oferece "camarão e langosta".

Quien se sienta a observar, ve gente alegre, disfrutando el día en familia o con amigos, conversando, bañándose, caminando, relajándose, bronceándose, alguno que otro durmiendo. Ayer curiosamente, entre cientos y cientos de bañistas que lo rodeaban, solamente un tico tenía un libro (Primeiras Estórias de João Guimarães Rosa) y lo estaba leyendo. Nada más lo hacía porque estaba solo, porque todos los demás estaban alegres "en pelota".

miércoles, 27 de agosto de 2014

Regresar a Brooklyn

El viernes aterrizás, llegás al barrio y te encontrás a los rusos sentados en las afueras de sus casas de té, en las aceras de la avenida Ditmas, jugando backgammon, tomando té y fumando. Huele a mota. El sábado por la noche vas al nuevo club de jazz, donde un trío de jazz latino toca Jobim, Veloso, Pascoal, y la audiencia es de coreanos, taiwaneses, latinoamericanos y gringos. Conversás con el baterista, quien resulta ser paulistano. El domingo tenés pereza. Oís pasar el metro todo el día mientras leés en casa, pero al atardecer vas a nadar y ves el cielo encenderse. El lunes trabajás y te sentís un poco solo porque aquí no tenés familia aunque tenés tu brete. Pero le llevás a tus vecinos café, chocolates rellenos de maracuyá y una bufanda tejida por una artesana en Costa Rica, ponés la conversación al día con ellos y de paso te dan un platillo kosovar para que cenés bien. Te sentís más acompañado. El martes trabajás todavía más pero por la noche vas al bar donde toca música folk tu amigo irlandés y conversás con otros amigos. Te tomás una Guiness que te recuerda a tu amiga gallega que no está pero te quiere, y te sentís ya en casa, en otra de tus muchas casas.

domingo, 6 de julio de 2014

En el boteco de Zelito todos los ángeles de la guarda iban con los ticos

En el boteco de Zelito, cercano a la playa de Santos en la calle Alexandre Martins, los parroquianos del barrio se acercaron a ver el último partido de cuartos de final. Se conocían entre ellos, se saludaban y se concentraban en el juego. Todos, sin excepción, apoyaban a la Sele Tica. Todos se solidarizaron con un desconocido que apareció de camiseta roja con un 11 en la espalda y que vio todo el partido de pie. Todos aplaudieron a Navas y reconocieron y  apoyaron a los 11 ticos que lo dieron todo y más en la cancha de Salvador de Bahía. Todos hablaron bien de Costa Rica, no solo del equipo, sino del país, por lo que han escuchado. Todos quieren visitarnos. 

Y estoy seguro que los ticos los recibiríamos tan bien como los brasileños nos recibieron a nosotros. Han sido hospitalarios, generosos, solidarios. 

"Gracias. Los esperamos en casa", les dijo el tico al despedirse, antes desconocido y ahora amigo al final de un simple partido de fútbol.

"No os olvidéis de mostrar hospitalidad, porque por ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles." --Hebreos 13:2


sábado, 5 de julio de 2014

Los árboles mueren de pie

"Los árboles mueren de pie". Lo escribió el dramaturgo español Alejandro Casona y un grupo de 23 muchachos ticos y toda su fiel afición--tica, brasileña, argentina, peruana, uruguaya, española, irlandesa, inglesa, estadounidense, bengalí, birmana y otras que me constan--le dieron su propia interpretación a este lema, a esta forma de vivir y luchar. Estamos de pie todavía.

viernes, 4 de julio de 2014

Descendiendo a la Baixada Santista con Lua da Cuica

Se llama Ari, pero le dicen Lua (Luna). Es mulato, tiene 53 años y habla con voz cadensiosa de timbre cálido. En su juventud viajó como músico de una banda de samba y música propular brasileña por varios lugares de Europa y África. Recuerda con especial cariño sus aventuras en Marruecos. Hoy es casado y tiene una hija. Trabaja como marinero en una draga en Paranaguá, estado de Paraná, cada 45 días, y luego deviene músico en su ciudad natal, Santos, los siguiente 45 días. Se turna, 6 semanas marinero, 6 semanas músico. 

Toca varios instrumentos incluyendo el cavaquinho, el teclado y la guitarra, pero especialmente la cuica, instrumento de percusión originario de Angola y adoptado por la música brasileña. Por eso en Santos todo el mundo que oye música en vivo lo conoce como Lua da cuica

En el bus que desciende por la vertiginosa sierra desde la meseta de São Paulo hasta la bajura santista, conversa con todos. Al trabar conversación con un filósofo tico dice: "A Costa Rica tem jogado um futebol muito bonito nesta Copa, um dos melhores. Parabéns". Ha disfrutado el fútbol tico.

Se interesa entonces por la música costarricense y pregunta cuáles son los ritmos que gustan allá. Le llama la atención el calipso afrocaribeño y la salsa. Pregunta si la música brasileña interesa y comienza a soñar con viajar de nuevo y llevar un grupo de samba y  otro de forró a Tiquicia. Dice que tiene que conseguir unas mulatas bailarinas para completar el espectáculo. Lindo sueño que comienza con una conversación mundialista.   

Alegría tica en la playa de Itaparica

En Vitoria, capital del estado de Espírito Santo, los cerros que se precipitan hacia el mar, el estuario del río Santa María y la bahía recuerdan la geografía y los paisajes de Río de Janeiro, más al sur. En Vila Velha, vecina de Vitoria, atravesando el río hacia el sur, las playas son de arenas amarillentas, aguas verdes y horizonte azul. La combinación recuerda el uniforme de la seleção local.

En la playa de Itaparica las corrientes son fuertes, pues la baña directamente el Atlántico, sin barreras naturales como islas, puntas o arrecifes para apaciguarlas. Pero el suave y agradable sol invernal, las arenas tibias, el cielo azul y el romper de las olas invitan a largas caminatas hacia el sur, a la barra en la desembocadura del río Jucu (en tico se pronuncia "Yucú"), o al norte, hasta la punta conocida como Pedra da Sereia

Si sos torcedor y tu equipo te dio una satisfacción el domingo, te podés pasar toda una semana curtindo a praia y siendo muy feliz, con una sonrisa que no te la arranca nadie y que, de vez en cuando, lleva a alguna garota a devolverte la sonrisa.

miércoles, 2 de julio de 2014

La Sele Tica y el Santos Futebol Clube

El Santos F.C. le regaló camisetas del club a los jugadores de la Sele Tica. Lindo detalle del equipo Peixe para los ticos.

Agonía y éxtasis en la Laguna de Pampulha

Una tarde de domingo de Copa visitás la Capilla de San Francisco de Asís, diseñada por Niemeyer, en el barrio de Pampulha en Belo Horizonte. Admirás la belleza y simplicidad de sus formas curvas inspiradas en las montañas de Minas Gerais. En el exterior admirás los azulejos de Portinari y en interior ves sus óleos representando episodios de la Pasión. 

Sentís paz en aquel lugar hermoso donde ya años antes la habías sentido y, como Violeta, das gracias a la Vida por haberte dado tanto. 

Después cruzás la calle, andás un poco y en un restaurante con vista a la Laguna de Pampulha, te preparás para ver a tu equipo jugar en octavos del Mundial. El primer tiempo es cerrado, trabado, pero sentís confianza. En el segundo Campbell, Bolaños y Ruiz te regalan una linda triangulación llevando el balón del centro a la punta izquierda y a la semiluna. Ruiz la toca suave y preciso y el arquero rival se queda como estatua mientras la bola entra mansita al arco. Gol. Lo gritás, "Gol. Gol, carajo, gol". Abrazás a tus amigos y la gente de las mesas vecinas te saluda.

Sentís que vas a ganar, que tu equipo juega bien, pero la cosa se complica. Por primera vez un tico sufre una expulsión mundialista, y justo ahora. Pero el equipo se para firme, vos le enviás buenas vibras, gritás, apoyás, lo ves de pie. 

Los brasileños en el lugar se solidarizan todos con vos, con tus ticos. Vamos ticos todavía. Justo al final, los griegos en una jugada fea y accidentada, como todas las de ellos, te empatan. En silencio te das vuelta y te vas a ver el atardecer sobre la laguna por un minuto. Aceptás la situación y sabés que de ese momento en adelante a tu equipo solo le queda la garra pues faltan las energías.

Pero confiás en los muchachos, en el aguante, en los dientes apretados, como a veces vos los apretaste en canchas ticas y foráneas. Y seguís mandando vibras de garra, de coraje, de vamos vamos vamos ticos. Los brasileños te siguen apoyando.

Llegan los penales, y tus muchachos clavan bien los primeros cuatro, y tu portero saca una porque tiene habilidad y buena memoria (no por suerte). Sabés que el quinto va a entrar porque lo tira un muchacho campesino que desde niño trabajó duro en el campo y luego se hizo futbolista. Es de los que no habla ni aparece mucho en medios, pero pone todo en la cancha.

Patea la bola, entra. Gol. Lo gritás con todo y la gente te aplaude. No te conocen pero te aplauden y te abrazan y te felicitan porque se han identificado con tu equipo y con tu gente. Están felices por vos, por tus muchachos, por tu gente linda de una tierra hermosa. 

Y vos no necesitás decir más. La paz que sentiste en la Capilla de San Francisco vuelve al pecho, siempre estuvo allí, pero ahora es paz rebozante de alegría.  

lunes, 30 de junio de 2014

Aquí todos luchamos juntos

Ayer todos los ticos apretamos los dientes, desde Recife hasta San José, pasando por Belo Horizonte, y nuestra "Sele" ganó primero con clase y luego con garra.

"Aquí llegaron las hormigas, 
vamos conquistando tierras enemigas.
Invisible, silenciosa y simultánea,
toda la invasión es subterránea.
(...)
En equipo se resuelve cualquier contratiempo,
cuando te picamos picamos al mismo tiempo.
Sobre nuestra unidad no debe haber preguntas,
frente al peligro las hormigas mueren juntas."

Pero no morimos. Estamos vivos, seguimos vivos.



jueves, 26 de junio de 2014

Cuando tu equipo habla por vos

Llegás callado, humilde, como tu equipo, al Mundial. Vas a divertirte, a disfrutar de la hospitalidad de los anfitriones sin pretensiones, sin habladurías, sin pensar que sos dueño del mundo. Nadie da una peseta por tu cuadro porque los grandes lo van supuestamente a aplastar. En los medios de prensa ni siquiera se menciona a tu selección; cuando llega al pais do futebol nadie se da cuenta. Así como llegaste vos: apenas unos amigos, los más fieles, te esperan. En la publicidad, pululan los estereotipos de italianos, ingleses, franceses, argentinos, con suerte alemanes y japoneses. Hondureños? Argelinos? Ticos? No se ven. Y sin embargo, tu equipo entra a la cancha mientras vos lo ves por la t.v. con un solo amigo, en privado. Y juega lindo y gana. Ya se habla algo, pero se piensa que fue un partido. Y luego entra a la cancha de nuevo ante otro grande, y vos de nuevo calladito, viendo por t.v. con una familia que te hospeda. Y tu equipo juega bien, controla el partido con criterio, anota lindo, y gana. Y vos estás feliz por dentro y sabés lo que valen tus muchachos y tu gente linda y humilde. Y otro día vas al estadio y ves a tu cuadro plantarse bien, neutralizar a otro ex-campeón, y ganar el grupo de la muerte. Y la torcida local se apunta con tu cuadro y canta "oé oé oé, ticos, ticos" y a los inventores del fútbol les canta "e-li-mi-na-dos". Y salís contento, tranquilo, feliz. No necesitás hablar. Tu equipo, tu gente, habla por vos.

Una ética para el aficionado al fútbol de Copa del Mundo FIFA

Aquí va una reflexión, en inglés, publicada en el sitio de la revista The New Republic:

Hacia una ética para la afición futbolera mundialista

sábado, 21 de junio de 2014

João el barbero y la zebra Costa Rica

Esta mañana João el barbero, pernambucano emigrado a la baixada santista, le rapó la cresta al tico del barrio. Quiso hablar, y mucho, sobre cómo juega Costa Rica, que piensa la afición, como vive la fiesta. Quería también saber si a Costa Rica los octavos de final ya le bastan o si quiere más. "Diay, claro que queremos más. Se juega con todo y que pase lo que pase." Finalmente informó sobre la reseña del periódico  A Tribuna de Santos, donde llaman a Costa Rica la gran zebra de la Copa. "Zebra" en el argot futbolístico brasileño es un equipo que da una gran sorpresa:

Zebra costarriquenha passa por cima da Itália e garante classificação

Y además, diría este comentarista argentino, una sorpresa agradable:

Con la pelota

Vivos muy vivos y muertos bien muertos

Ayer dijo el capitán tico, después de marcar su gol ante Italia: "Es el grupo de la muerte, pero los muertos son otros". Muy vivos estábamos ayer los ticos, cantando y celebrando, en Recife, en Santos, en Tiquicia, en todo lado. En la tv brasileña se elogiaba bastante el juego de la tricolor y explicaban el dicho "pura vida". Pasaron escenas de la celebración en San José y la Fuente de la Hispanidad. Y presentaron el gol tico, Bolaños-Díaz-Ruiz, con narración de la Doble M. Vivos muy vivos estábamos celebrando.

Bien difuntos estaban los otros, friítos en el ataúd, incluidos los muertos que a medio campeonato inglés despacharon a nuestro capitán a Holanda. "Tome pa´ que lleve y guarde pa´ mañana."

Y aquí estamos, ticos, centroamericanos, latinoamericanos, cantando con Alux Nahual (4'45"): "Estamos vivos, seguimos vivos." 


 

viernes, 20 de junio de 2014

Tomando café con Pepe, gloria del Santos Futebol Clube

Antes del partido Costa Rica - Italia, la torcida tica de la avenida Afonso Pena en Santos (compuesta por un tico y tres brasileños) salió a dar una vuelta por el centro de la ciudad. En la Praça da Independencia del barrio Gonzaga se veían muchas banderas tricolores. La torcida decidió tomar un yodo en el Café Impresso de la librería Realejo, en un costado de la plaza. Allí estaban los torcedores tomando su café, conversando justamente de la historia del Santos Futebol Clube, cuando llego un señor de setenta y pocos años que pidió discretamente un café. 

La señora que atendía la librería y cafetería le indicó a la torcida que se trataba de José Macia, Pepe, exjugador del Santos y de la selección brasileña, bicampeón mundial de selecciones y de clubes, y compañero de Pelé en el ataque santista. Extremo izquierdo, número 11, segundo goleador histórico del Santos apenas detrás de Pelé, le decían O Canhão da Vila.

El tico no pudo aguantar la emoción. Saludó a Pepe y le dijo: "Meu pai viu você jogar com o Santos na Costa Rica; ele vai ficar feliz em saber que eu conversei com você."

Pepe, mestizo, ya un poco calvo y siempre humilde, gloria de otra época, respondió con simpatía: "Sim, nos fomos jogar lá em 59 e 61. A Costa Rica jogaba muita bola, já desde aquela época. Tinha times bons: Herediano, Saprissa." Ojo a los equipos que mencionó como grandes escuadras, y ojo a aquellos que no mencionó. Reporte verídico.

Pepe tomó su café con la torcida, él mismo ofreció tomar varias fotos juntos, y le mandó saludos al padre del tico, quien lo vio jugar al lado de Pelé y Coutinho, contra el también glorioso equipo morado, en el antiguo Estadio Nacional de San José.



martes, 17 de junio de 2014

País pequeño, corazón enorme

La afición futbolera de un país pequeño debe tener un corazón enorme. A veces, debe esperar 60 años para jugar en la Copa del Mundo, y cuando llega, juega, anota, gana y la afición vive intensamente esa alegría. "No hay que llegar primero, hay que saber llegar." A veces la alegría tiene que durarle 12 años, o más, antes de celebrar otra victoria. Pero se mantiene ahí, esperanzada, a veces renegando, pero con el corazón siempre comprometido. El sentimiento es profundo y está arraigado en las entrañas. De repente, un día, su equipo juega bonito y gana de nuevo en el pais do futebol. Entonces la afición sale feliz, visitendo su camiseta, y la saludan los demás, en las calles, en las panaderías, en las tiendas, en los puestos de periódicos y revistas, en los mercados y verdulerías. Le surge una sonrisa y su corazón late más fuerte.

sábado, 14 de junio de 2014

Goles y amores

Gol. Hay corazones que se alegran por goles celestes. Gol. Gool. Goool. Hay corazones que se alegran por goles tricolores. Y hay corazones que se alegran por todos esos goles y las personas amadas que los gritan a todo pulmón, en el paisito de los orientales, en Tiquicia y en el Trópico de Capricornio.

viernes, 13 de junio de 2014

Empanadas en la Vila Madalena y otras cosas por ahí



El Bar Empanadas es un clásico de la Vila Madalena. Según me contó mi amigo Gélio, fue fundado por argentinos que abrieron una pequeña cuevita donde servían solamente empanadas estilo rioplatense. El espacio estaba decorado con pósters alusivos a clásicos del cine internacional. Las empanadas no son parte del menú brasileño (una empada en Brasil es un pastel en Costa Rica). Pero gustaron, el bar creció, y los empanaderos ampliaron la cuevita. Eventualmente los dueños se fueron pero le vendieron el bar a los empleados de entonces. (Por lo menos esa es la leyenda, ojalá sea cierta). Y el Empanadas ha seguido pegando y creciendo. Como el lugar tiene historia o leyenda solidaria y democrática, es un buen punto para ver fútbol de la Copa. Hoy se veían grupos de mexicanos y chilenos entre los parroquianos brasileños. Como está en la calle Wisard, escondida entre las principales, Fradique y Mourato, no aparecen molotes de aficionados. Hasta el momento todos los equipos latinoamericanos han ganado, y la torcida americana estaba contenta. Las empanadas de palmito y de carne (que el cantinero distraído, celebrando un gol chileno, me sirvió por error) estaban ricas, como siempre.

Después, un torcedor latinoamericanista decidió regresar a casa de sus amigos en bus, no en taxi. “Decisiones, todo cuesta” canta Rubén Blades. Al bajar del bus se distrajo en sus pensamientos. En una esquina oscura, a media cuadra de casa, lo alcanzaron por detrás y lo asaltaron: que si no entregaba las cosas, iba a “levar bala”. No le robaron gran cosa, ni siquiera se asustó, nada más les dio las pocas cosas que andaba: un salveque viejo con un cuaderno de apuntes, la novela Agua Viva de Clarice Lispector y un periódico del día; una billetera casi vacía; y un reloj barato. Pero tampoco sintió mucha hermandad latinoamericana al explicar en portugués con acento español que era extranjero y de nada les servía el documento de identidad. Igual se lo llevaron. Sintió pena al ver la rabia en la mirada de uno que lo agredía. De todos modos, para sus adentros se declaró pro fraternidad latinoamericana, ojalá cada vez con más justicia social.