一 El Hudson fluía tranquilo la mañana después de Acción de Gracias. Estaba tan calmo que parecía un espejo opaco, sin oleaje ni crestas que revelaran a la vista la potencia de su caudal. Ya había desayunado con mis amigos y lo observaba desde el andén de la estación de tren en Dobbs Ferry. En la ribera opuesta, la occidental, la mayoría de los árboles en la cima del paredón de roca maciza del cañón aún conservaban el follaje naranja, rojo y marrón del fin del otoño. Bajo el cielo seminublado, el río reflejaba el follaje en tonos mate. Soplaba una brisa muy leve y la luz matinal daba un toque suave y gentil a la escena. Pensé que a pesar de momentos de mucha soledad y otros de preocupación por mi propia familia en Costa Rica, como hace un año, he llegado a querer estos parajes neoyorquinos porque en ellos he vivido buenas experiencias con amigos queridos como los Smith-Connolly-McCarthy. Luego abordé el tren y me senté del lado derecho para ver el río de cerca mientras éste me llevaba de vuelta a la ciudad.
二 En Penn Station abordé el tren a Filadelfia. Leí por un buen rato y almorcé un sanguchito que había comprado en la estación. Hora y media después, ya descendía en la estación de la calle 30 en "Fili". Me orienté rápidamente para enrumbarme al Museo de Arte. Aunque viví en el estado de Pensilvania por más de una década, y estuve en múltiples ocasiones en Fili, nunca lo había visitado. Salí de la estación, atravesé el puente sobre el río Schuylkill y ya del otro lado descendí hasta el sendero que corre a lo largo de la ribera, el Schuylkill River Trail. El cielo gris me recordó los inviernos pensilvanianos. Las aguas del río aparecían oscuras, casi negras, y un tanto turbias. Y sin embargo, me sentía bien, como si estuviese en un lugar que me acercaba a los grandes amigos y las queridas amigas que tuve através de los años en Pensilvania.
Caminé a paso lento los dos kilómetros hasta el museo. Pensé en dos cosas. En esta ciudad hice mis trámites de migración y, gracias a ellos, en esta época de persecución que se viene estaré más firme para resistir y ser solidario con mis amigos indocumentados. Quizá ha sido un buen momento para regresar. De hecho, en el museo por casualidad me encontraría con la exhibición "Pinta la Revolución: Arte moderno mexicano, 1910-1950," muy oportuna. Si nos construyen un muro, les pintaremos un mural, y por debajo les haremos un hormiguero, como en la pieza de Calle 13.
Pero aún más importante: recordé a las personas que aquí he amado, sobre todo las que aún se hacen presentes en mi vida porque valoran mi amistad. Para matizar los recuerdos, escuché "Streets of Philadelphia" de Bruce Springsteen. Pero esa pieza es sobre un pobre tipo a quien los amigos no sólo lo abandonaron sino que lo traicionaron. Yo, en cambio, todavía puedo agradecer el cariño de tantos y tantas.
Cuando terminé de subir los famosos escalones del museo, los que sube corriendo Rocky Balboa en la película hasta la explanada donde levanta los brazos, volví a ver a lo largo del Benjamin Franklin Parkway hasta reconocer la cúpula del Ayuntamiento (City Hall), en la distancia. Recordé tantos momentos en Fili y en el Keystone State. Un buen trecho de vida viví acá. Dejé un pedacito de corazón seguramente, y otros pedacitos se los llevaron mis amigos y amigas consigo desde los bosques de Penn para España, Brasil, Perú, Argentina, Uruguay, Portugal, Inglaterra. Luego me di media vuelta y entré al museo. Me esperaban los revolucionarios modernos mexicanos y mi amiga Maren.
Duele todo esto. Pero uno escucha a los sobrevivientes y siente que, como toda la gente en todo el mundo ante la adversidad, mantienen el coraje y la dignidad. Ni bien ha pasado la tormenta, han empezado a levantarse, con una fortitud bastante estoica.
Hoy no podía escribir sobre otra cosa. Quise poder honrarlos, aunque fuera con algunas palabras escritas aquí, en estas tierras lejanas, en donde convivo con gente que también ha sabido levantarse de los estragos de un huracán.
Hoy es el Día de Acción de Gracias, mi feriado favorito en la Yunai por el espíritu de gratitud que le anima. Lo celebraré con mi los Smith y los Connolly, es decir, con mi amiga irlandesa-estadounidense Jen, sus papás Des y Mary Smith y su marido inglés Phil, y con Niall, primo de Jen y sobrino de Mary, sus padres Frank (hermano de Mary) y Rosemary que han venido de Cork, y Clare, amiga de infancia de Jen y casada con Niall. A toda esta familia hace cuatro años la golpeó el huracán Sandy. La casa de Frank y Marge McCarthy, padres de Clare, se inundó de aguas del Atlántico y quedó invadida por la arena del océano. La casa de Des y Mary se inundó también y luego se quemó por completo por un incendio que se inició con chispas de alambrado eléctrico. Des y Mary salieron de su casa con el agua al cuello y la ropa puesta. La recuperación fue dura. Empezamos apenas pasó Sandy, limpiando y rescatando lo que se pudo. Y sin embargo aquí estamos dando Gracias. Que la Gracia acompañe a mi gente en Costa Rica y Centroamérica ante el embate del huracán Otto. Y que apenas pase, los centroamericanos empecemos a recuperarnos en solidaridad.
Es la víspera del Día de Acción de Gracias y al iniciar la noche las calles de Park Slope y Crown Heights estaban tranquilísimas. Ha hecho ya frío invernal y la gente quizá se haya escondido un poco. Muchos ya se fueron de la ciudad por el feriado. En el Art Café + Bar, en cambio, había llenazo para escuchar otro concierto de música india clásica. Me encontré ahí con M. S.-A. y escuchamos el conciertazo de un cuarteto: cítara, tablas y dos violines. Luego vino el jam session, la sesión en la que los músicos presentes se juntan para improvisar. Acá se juntan músicos de primera, de gran nivel. La improvisación del jam session entonces es un deleite. Esta noche había un bajo, un violín, tablas, una guitara y M. en su órgano. Wow. Las tablas empezaban con un ritmo, el violín sugería una melodía, el bajo y el órgano le contestaban. O la guitarra iniciaba una melodía, las tablas marcaban el rítmo, y el órgano y las demás cuerdas intervenían y todos los instrumentos conversaban. Yo los escuchaba, y sin entender mucho, si sentía que la clave era buscar un equilibrio entre dejarse ir hasta el límite pero sin perder el control. Un proceso muy rico, soltarse sin desmanijarse, lanzarse sin tropezar, zambullirse sin ahogarse. Metáfora de una forma de vida.
Durante veinte años o más no perdí ninguna billetera. Esta tarde, por cuarta vez desde julio, perdí una: esta vez, la que me regaló Xinia. No me dolió el dinero, ni los documentos, ni el contratiempo, sino perder el regalo de mi hermana y la sensación de que ando desconcentrado, sin estar presente ni ubicado en mi contexto. Es el trabajo quizá, que por momentos si lo permito me rebasa. Y quizá otro poco sea la soledad, que los domingos a veces pega fuerte si no busco vida.
Sin embargo, siempre hay algún ángel cerca. Hoy, gracias a la Vida, Tsun-Hui me atajó de la caída libre. Nos encontramos en el cine Metrograph, en Chinatown, para ver In Another Country, del director coreano Hong Sang-Soo. Resultó ser una cinta interesante: tres historias relacionadas que de una u otra forma tenían como protagonista a una mujer en un ambiente extraño, en un país extranjero (una francesa en Corea del Sur), pero con gente alegre y sencilla por la vuelta para darle un toque ligero a las crisis de la mujer. La actriz principal, Isabelle Huppert, participó de un conversatorio después de la peli y estuvo interesante.
Luego fuimos a comer tres bocas - pulpo a la parrilla, frijoles blancos en salsa de tomate y papa asada al limón - a un restaurante griego por ahí cerca. Tsun-Hui me contó que la hermana de una amiga suya que vive en Iowa murió de un cáncer muy raro esta semana en Washington D.C. La familia ya repatrió los restos a Taiwán y su amiga ha ido a casa para el funeral. Me lo contó con tristeza. Le ha pesado también a ella. Pero en el transcurso de la conversación se animó y me dijo que va a ser tía, que su hermano y cuñada esperan bebé para febrero.
Escuchando a Tsun-Hui me olvidé de mi rollo, que no es para tanto, y me imaginé esas vidas, cada una hecha de un tiempo para la alegría y otro para la tristeza, de un tiempo para nacer y otro tiempo para morir, como estas vidas nuestras en esta ciudad de ocho millones de corazones. Son vidas hechas también de un tiempo para perder(se) y otro para recuperar(se), de un tiempo para escuchar y acompañar y otro para ser escuchado y acompañado.
Me desperté aún triste, con desazón y vacío en medio pecho, por el señor que poco pude ayudar ayer. Me acordé de la sensación táctil de haberlo tomado por su mano callosa, fría y sucia. Pobre hombre. Desayuné y pensé que sería mejor rodearme de gente, ir a leer a un café quizá. Pero le escribí a M, mi amiga bengalí, a ver si estaba estudiando en la Biblioteca Pública de Brooklyn. "Sí". Preparé mis cosas y atravesé todo Prospect Park por el medio, de sur a norte, hasta Grand Army Plaza. De camino, me deleité con el brillo de la suave luz otoñal y los dorados y naranjas de las hojas que aún resisten en las ramas o han caído y salpicado de color el verde del zacate. Llegué sereno a la sala de lectura donde M estudiaba para sus exámenes de admisión a la carrera de medicina. Me senté frente a ella, en una esquina de la mesa donde la luz del sol me pegaba de lado y me calentaba. Leí los ensayos de mis alumnos y alumnas toda la tarde con interés. A veces, cuando la sociedad te golpea, la naturaleza te restaura.
Me encuentro con Tsun-Hui para cenar en Ha Noi. Hace frío y sopla fuerte el viento, por lo que las crepas vietnamitas y dos buenos platos de fideos de arroz en caldo pho humeante, el mío de mariscos, nos caen muy bien mientras nos ponemos al día. Ella está en shock también. Cada vez me doy más cuenta que quienes no han vivido fuera de Nueva York no tienen idea de lo que piensa, hace y dice alguna gente, no toda pero bastante, en las profundidades de Gringolandia. Debemos admitir, sin embargo, que podemos salir a comer en un vietnamita brooklyniano, y a mucha de esa gente no le alcanza el dinero ni para una hamburguesa en un diner. La vida es dura en muchos lados. Igual, el sexismo de las últimas semanas le es difícil de digerir, con razón. Por dicha después de cenar vamos al BAM Rose Cinema a ver la película Certain Women de Kelly Reichardt. Descubrimos una cinta bellísima, sencilla, minimalista pero profunda, que cuenta la historia de varias mujeres independientes en Montana. Poco a poco vamos descubriendo la trama y la vida de los personajes. Laura es la abogada de Fuller, un ebanista y carpintero machista que sin embargo sufre profundamente pues sufrió un accidente laboral y sus patronos lo engañaron con un trato para que no pudiese demandarlos. Es soltera y tiene un amorío con un tipo que no le da mucha atención emocional porque es casado. Gina es una mujer empresaria, cuyo marido es también su empleado. Éste, a su vez, es cómplice del rechazo de la hija de ambos hacia Gina. Pero no pueden dejarla porque sin ella les iría mal. La tercera mujer es una joven de raíces indígenas, probablemente Sioux, que cuida sola los caballos en los establos de una gran hacienda. Su única compañía en la vida es su perrito fiel. Pero empieza a llevar una clase nocturna en la escuela del pueblito cercano y entabla una sutil relación con la profesora, Beth, una abogada recién graduada que da el curso sin interés, por pura necesidad. Beth tiene que viajar cuatro horas de ida y cuatro de regreso dos veces por semana para dar la clase. Pero después de la clase siempre va al diner del pueblo a comer una hamburguesa, mientras la muchacha la acompaña y no come. El filme cuenta estas tres historias, con nexos tenues entre sí. Pero las cuenta con tanta delicadeza, con tanta atención a los detalles sutiles de la vida de estas mujeres, que te hipnotiza. Y el final te sorprende y te deja pensando.
Cuando salimos, Tsun-Hui y yo decidimos que necesitamos tomar algo mientras comentamos la película. Así que atravesamos la calle y entramos a Berlyn. Este restaurante alemán tiene un bar pequeño pero atractivo, muy rico para sentarse a tertuliar. Tsun-Hui pide un coctel de ron y yo una pilsener alemana. Es suave y deliciosa. Bebemos poco a poco mientras intentamos interpretar las historias y los personajes. Solo entonces caemos en la cuenta de que la muchacha solitaria no menciona nunca su nombre, ni nadie se lo pregunta, ni siquiera Beth. Y ella, sin embargo, llama por sus nombres a los caballos y a su perrito. Es una chica solitaria, pero no triste. Es un poco estoica pero también sensible. Una paradoja. Y así las demás.
Para alargar la tertulia, ella pide un coctel de tequila y yo otra pilsener, y continuamos. A fin de cuentas conversamos sobre la fortitud de tantas mujeres que viven sus vidas con silenciosa dignidad.
Me alegra haber visto esta cinta con Tsun-Hui. Y me hubiera gustado verla con mis hermanas. "Voy a recomendársela a ellas para cuando llegue al Magaly," pienso, mientras saboreo la cerveza en una pausa agradable y plácida en la conversación.
Llego un poco atrasado al bar The Way Station, en Crown Heights, preocupado de haberme perdido parte del concierto de E.W. Harris. Pero al entrar veo que hay un grupo de rock tocando en el escenario y E.W. no ha llegado todavía. En una esquina junto al bar, Niall está conversando con Ali, un amigo nuestro. Los saludo y Niall me dice de entrada: --Leonard Cohen acaba de fallecer--. Lo miro a los ojos. ¿Está un poco triste? Fue por las canciones líricas de Cohen que Niall pasó de escuchar Stone Temple Pilots y Nirvana al mundo de la canción folk y poética. Y no sólo quiso escuchar, sino que después de graduarse en literatura del University College en Cork, se jugó la vida a ser cantautor. Se inició en Irlanda y luego vino a Nueva York y hasta se casó con Clare, la musa de sus canciones.
Sé que Leonard Cohen significa mucho para Niall. Para expresarse, nos cuenta como su hermana Emma le presentó la música de Cohen, cuándo lo escuchó en vivo por primera vez en Irlanda, la vez que tocaron en el mismo festival aunque no se conocieron, y la última vez que lo escuchó en vivo, aquí en Brooklyn. En eso llega E.W. y nos saluda. Y cuando empieza a tocar con su banda, le dedica todo el set a piezas de Cohen, aunque con arreglos rockeros con toques de guitarra blues. Maravilla. Después del concierto, Niall y yo regresamos a pie de Crown Heights a Park Slope. Era media noche. Había poco movimiento nocturno en calles y aceras. El viento barría la hojarasca otoñal y la levantaba en remolinos. Parecía que Brooklyn hacía duelo por Leonard.
Acababa de empezar a lavar ropa sucia en la lavandería de la avenida Prospect Park West cuando me escribió Niall: "Claro y yo vamos a comer en Jai Dee. ¿Querés venir?" Aunque me apetecía un plato tailandés, no me daría tiempo. Pero propuse encontrarlos en su casa, a cuadra y media, y caminar con ellos hasta el restaurante mientras se lavaba la ropa. Los fui a buscar.
Cuando los vi, les di un abrazo. Ambos estaban un poco tristes. Los acontecimientos electorales de esta semana en la Yunai les habían pegado fuerte. Niall estaba serio, el ceño un poco fruncido. Su ensortijada y crecida barba roja le daba un aspecto de poeta indignado. Clare se veía muy golpeada. Su rostro blanco es largo, de pómulos levemente insinuados pero de largas líneas desde sus orejas pequeñas hasta la barbilla delgada. Sus ojos azules sobresalen entre las líneas ovaladas de sus párpados, su nariz y sus labios son finos, su boca pequeña pero cuando sonríe te sorprende con una sonrisa amplia. Sin embargo su mirada estaba un poco apagada y se notaba en las ojeras y una ligera inflamación bajo sus ojos que ha llorado esta semana. Quiere a su país y a su gente, y le resulta doloroso que un tipo sexista, xenófobo y odioso, en su discurso y en los hechos, haya podido llegar al poder.
Clare es maestra de arte en una escuela primaria de Red Hook. Le enseña a chiquitos de Brooklyn, pero también de Dominicana, Yemén y México. Aunque creció en Rockaway, un barrio bastante conservador de irlandeses-estadounidenses católicos en Queens, es una mujer cosmopolita. Es sagaz y sensible, y entiende muy bien las razones económicas que llevaron a un populista al poder. Pero creo que por primera vez, como muchos otros amigos míos, ha comprendido las profundidad de una veta nacionalista y discriminatoria que recorre amplias regiones de la Yunai. Además, en la familia de Clare y Niall, entre cuñados, cuñadas, primos, tíos y demás, hay gente de los dos lados de la contienda. Y cuando las tensiones existen dentro de la familia, duelen y cuestan más.
Yo escuchaba a mis amigos tranquilo, conmovido, con algo de compasión. Haber escrito el borrador de Sauntering in America y haberme alejado por un tiempo de la Yunai, me ayudó a sanar las heridas de las decenas de encontronazos, disgustos, insinuasiones e insultos xénofobos que he vivido a través de los años, y a saber cómo lidiar con estas situaciones.
--¿Cómo?--, me pregunta Niall.
--A alguna gente tenés que amarla más de lo que ella te puede amar. Hay personas que no quieren saber de vos. Pero otras sí están abiertas, aunque estén confundidas y temerosas de lo que no conocen y del futuro. A esas tenés que encontrarlas, escucharlas, conversar con ellas y ayudarles a entender que vos querés lo mismo que ellas: bienestar emocional, físico, laboral, espiritual, con amigos y familia a tu lado. Es lenta la aproximación, es difícil, requiere muchísimo de vos, porque tenés que tenerles paciencia y ver más allá de sus reacciones de miedo o enojo, y además cuidarte a vos mismo para que no te hieran. Pero es la mejor forma. Tenés que quererlas más--.
"Al menos para mí, ese ha sido el camino", pienso, después de despedirme de ellos, dejándoles disfrutar la cena tailandesa mientras regreso a la lavandería a poner mi ropa en la secadora.
一 A media tarde leo, junto a mi ventana, las primeras páginas de la novela The Awakening de Kate Chopin. Me llega un mensaje de M desde Costa Rica. Desde que su hija emigró a Canadá y falleció Lucía, su madre, he estado preocupado por ella. Me cuenta que ha pasado por otras vicisitudes emocionales y nuevas despedidas dolorosas. Dice que va pasito a pasito y sabe que estará bien. Espera que tantas despedidas sean señal de nuevos encuentros por venir. En una de ellas, perdió pareja y amigo en un rompimiento. Ese dolor lo entiendo. Me conmueve el mensaje. Le respondo de inmediato, aunque lo único que le puedo decir a mi "hermana" chilena es que la quiero mucho. Quisiera hacer más. Por el momento, puedo escuchar y querer. 二 Regreso a la lectura con un sentimiento de empatía clavado como espinita en el pecho. En eso me llega un mensaje de Marisol desde Lisboa. Me pide fotos de los árboles coloridos por el otoño en Prospect Park. Me envía unas fotos suyas con Sofía, su muchachita alfacinha, desde el Museu de Arte, Arquitetura e Tecnologia (MAAT). En una de ellas sonríen juntas en el mirador del techo y al fondo se observa el río Tajo. Fueron el domingo y me cuenta que me recordaron allí. Sofía dijo que me gustaría el MAAT y que soy una "criancinha simpática". Me halaga que piense que soy un chiquito simpático y que Marisol me escriba con cariño. 三 Ambos mensajes me inspiran a cerrar la novela por el momento y caminar hasta el lago de Prospect Park. Avanza la tarde y cae el sol. En las copas de los árboles alrededor del lago predomina el verdeamarillo. Pero en lo alto de la colina reinan altísimos robles de follaje escarlata. Algunas bandadas de patos nadan en círculos. Otra bandada vuela sobre el lago, hace piruetas y acuatiza en sincronía. Como otras veces, me parece que los patos juegan. Saco algunas fotos para Marisol. Luego guardo silencio, observo, escucho, siento y respiro. Recuerdo que en esta orilla de lago lloré cuando me despedí de la chica celeste y oriental. También lloré a una guapa amazónica. Pero todo eso ha pasado y hoy siento paz y gozo. Pienso en M y le envío las mejores vibras. Pienso en mis dos queridas alfacinhas venezolanas y se me alegra el corazón. Doy gracias.
Raro evento este otoño: hoy el cielo amaneció completamente nublado. Mientras desayunaba, puse un programa radial, pero había demasiados lamentos y lo apagué. Preferí el silencio.
Garuaba cuando salí de casa. Sentí amenaza de lluvia en el ambiente. Y sin embargo, mientras esperaba el B68 en la parada frente a Prospect Park, el follaje del otoño me pareció hermoso, aún bajo el cielo gris. Los amarillos y naranjas de tonos mate colorían la mañana con un toque sutil y reconfortante. Viajé hasta el campus en paz.
A mis muchachos y muchachas, sin embargo, los encontré tristes. El gris del cielo y la garúa les pesaban, como si anunciaran la tormenta que se viene. Algunos durmieron poco y mal. Otras se emborracharon un poco para matizar el golpe. Muchos son inmigrantes. Otros son afrodescendientes, latinos, asiáticos del sur y del este, nacidos en la Yunai.
Les pedí que apreciaran la belleza de este día en tonos mate. Habrá que resistir. Pero también habrá que amar y compartir la belleza con todos los que quieran compartirla con nosotros. Hay una sobria dignidad en esa capacidad de compartir y ofrecer lo que otros nos niegan.
Me levanté tranquilo, desayuné, seleccioné mis lecturas y cuadernos de trabajo del día y salí. De nuevo el otoño nos regalaba una mañana esplendorosa, de cielos límpidos, brisas frescas y sol tibio. Caminé por calle 17 en dirección noroeste, hacia la escuela del barrio. De camino vi que las hiedras que trepan las fachadas de ladrillo de algunas casas ya visten un color más vino tinto que ocre y las hojitas de los cerezos se han tornado amarillas. El otoño avanza.
Llegué a la escuelita. En la sala de ingreso había varias mesas de ventas o bake sales: alumnas y alumnos con sus mamás aprovechaban el día de elecciones para vender quequitos, brownies y otros dulces horneados para recaudar fondos para los clubes estudiantiles. Adentro estaban las mesas y urnas electorales. Había fila. Hice los trámites y voté.
Salí, fui a la U, y me aboqué a lo mío: a leer los textos para las clases de mañana, sacar apuntes, resumir ideas, planear discusiones y revisar algunos trabajos de mis estudiantes. Uno de los textos que leí era "Newer Ideals of Peace" de Jane Addams, la filósofa estadounidense que ganó el Premio Nobel de la Paz en 1931. En el ensayo, de 1906, argumentaba que las masas de inmigrantes europeos que en aquella época llegaban a ciudades estadounidenses como Chicago, donde ella era activista social, estaban creando una cultura urbana y obrera cosmopolita que traería consigo nuevos valores de cooperación, solidaridad, justicial social y paz internacional y acabaría con el belicismo nacionalista. Ella percibía esa posibilidad en su contacto diario con inmigrantes en las escuelas, talleres, clínicas y casas de hospedaje que ella ayudaba a organizar.
Fue demasiado optimista en cuanto a la inmediatez del progreso. El siglo XX no fue pacífico y cosmopolita. Y sin embargo, sí comparto su idea de que la solidaridad, la paz, la cooperación, la justicia, se cultivan poco a poco, día a día, entre gente común que construye relaciones de buena vecindad y busca resolver sus problemas en común. El progreso es lento, complicado, arduo. Y puede haber retrocesos, incluso aparatosos. Pero las personas buscan la justicia, intentan descubrirla, experimentan con formas de cultivarla.
Ha sido una lectura oportuna. Hoy presté poca atención a las ansiedades electorales de mis vecinos y colegas. Lo mejor que podía hacer era preparame para servir: dar mis clases con cuidado, ofrecerle a mis alumnos la misma libertad de pensamiento que exijo para mí, ser buen vecino, escribir con sinceridad y ahínco.
Parece que se vienen años de resistencia en la Yunai. Habrá que apoyar movimientos sociales como los de cuidado y apoyo a los inmigrantes. Y habrá que resistir lo que requiera resistencia, como las amenazas a los musulmanes por su fe. Se resistirá la injusticia y se cultivará la justicia, día a día, conversación por conversación, acción por acción, con espíritu de resiliencia amorosa.
El semestre avanza y se va complicando. Se me empieza a llenar la cabeza de quehaceres mayores y menores, fechas de entrega de proyectos, lecturas rezagadas, lecciones por planear, trabajos por corregir, reportes pendientes, reuniones por programar y demás. Por esto hoy estuve a punto de empezar la semana acelerado. Pensando en que me faltaban algunos trabajos por calificar antes de mi primer clase del día, me levanté más temprano, hice mis estiramientos un poco apresurado, me duché, desayuné y salí preocupado por perder el bus. Y ¡zás!, en la esquina de mi casa me di cuenta que había salido de mi casa sin mi almuerzo. Regresé, entré y salí corriendo, ya con la lonchera en la mano, y me apresuré a la parada. A veinticinco metros de llegar, vi pasar el bus y seguir recto. Me dejó.
Fue la Vida diciéndome "Suave que es bolero". Mi parada queda frente a una entrada de Prospect Park. Esta mañana, como tantas de este otoño glorioso, era luminosa. Bajo el intenso azul del cielo, me puse a observar los dorados, naranjas y ocres del follaje de los árboles y a respirar despacio el aire fresco. Cuando pasó el siguiente B68, yo ya iba relajado. Disfruté viendo a la gente joven y vieja subiendo y bajando, yendo y viniendo. Luego caminé con brío hasta el campus, al ritmo que mi abuelo Hernán nos llevaba a mi hermana Anto y a mí a la escuela México en San José por las mañanas. Pensé en él. Y ya en la U me dio tiempo de hacer todo. Disfruté las clases, conversé mucho con mis alumnos. Todo salió bien. Si la Vida no me hubiera recordado que ella misma es más rica llevándola suave, a ritmo de bolero, quizá hubiera pasado todo el día acelerado, como en la pieza "Manic Monday". Susana Hoffs es muy guapa y me gusta su voz, pero yo prefiero los lunes suaves como un bolero.
Me despierta la luz matinal. Siento el pecho apretado. Pero no es gripe, es algo de soledad. Hay silencio. Es domingo y el barrio está calladito. Me levanto y subo las persianas. El cielo está completamente despejado, el azul intenso. La luz dorada le da brillo al amarillo pálido de las hojas del plátano de sombra. En eso vibra mi teléfono. "¿Un texto a las 7 am?" Lo leo. Es de la chica inquieta. Me ha escrito desde Texas: "I miss you". Le respondo que también me hace falta y qué buena manera de empezar el domingo. Me envía otro texto: "You came to hang out with me in my dream last night. Not sure where we were, but it was cold and we laughed a lot". Me hubiera gustado ir a buscarla para salir un rato juntos, como en su sueño, y habernos reído mucho, aunque hiciera frío. Me halaga, también, haber vivido en un sueño suyo. Me hace bien saberlo. Ya se me relajó el pecho. Le envío un corazón por texto, uno muy rojo que contraste con el azul del cielo y el dorado de las hojas en la luz matinal.
Hay días ordinarios en los que la duda me asalta. Llega por momentos, fugaces pero agudos.
Hoy por ejemplo: estaba lavando los platos después del almuerzo, cocinado por uno para uno, y pensé en mi familia junta, aprovechando el sábado, en la playa en Tárcoles. Tenía la estación de National Public Radio puesta para escuchar gente hablando y una mujer contaba una historia triste sobre la muerte de su hija y cómo vivió el duelo con su esposo pero salió adelante y tuvo dos hijos más. Mientras enjabonaba la olla donde cociné el pargo al vapor, miré por la ventana hacia el jardín y noté que las hojas de la hiedra ya han enrojecido y bastantes han caído. Me pregunté: "¿Qué hago yo aquí? ¿Vale la pena?" Después, como siempre, me sobrepuse. Terminé de lavar, escogí las lecturas de la tarde, las metí al salveque y salí. Caminé hasta el Kos Kaffe, donde leí algunas secciones de La República de Platón sobre Eros y planeé las siguientes lecciones del seminario sobre el Amor y la Amistad.
Cuando terminé de estudiar, pasé a casa de Tami y Emilio a recoger un cartelito con mi nombre que me había hecho Valentina, su hija, junto con una amiguita. Pensaba ir a nadar, pero resultó que la chiquita estaba cocinando, con la ayuda de Tami-san, y a fin de cuentas me quedé a cenar con ellos. Charlamos a gusto. Kai, el chiquito, me invitó a su fiesta de cumpleaños y me regaló una calcomanía que dice "Snap!" Es la invitación que debo presentar en su fiesta. Le agradecí. Caminé tranquilo a casa. En el ipod escuchaba música de Ol' Moose, y cuando subía la cuesta de la calle 17 por primera vez le presté verdadera atención a unos versos de la canción "Just a Gypsy" (Solo un gitano): Just a gypsy when the fall winds blow watching windows for summerless snow (...) Just a gypsy in the northern cold whose dreams are growing old "Soy sólo un gitano mientras soplan los vientos del otoño y busco las nieves sin verano a través de las ventanas. Soy sólo un gitano en el frío norteño cuyos sueños están envejeciendo".
Otro momento de duda. Son parte de esta vida peripatética. Hay que vivirlos, sentirlos, dejarlos ser y dejarlos ir. Le puse más ganas a la cuesta, más vigor al paso.
Trabajé con ganas todo el día. El incentivo era poder ir por la noche a Fawkner, un bar en el barrio Boerum Hill, a escuchar música en el Song Club, una noche de cantautores del BigCity Folk. Sabía que encontraría amigos y me sentiría bien. Cuando vivís solo en esta ciudad de ocho millones de corazones, hace falta sonreír al ver a tus amigos, estrechar manos, dar abrazos, saludar de beso, conversar un poco, escuchar juntos, sentir en la piel, con el tacto, que estás acompañado. Y así fue. Cuando llegué, una muchacha joven cantaba una de sus piezas. Entre la gente, saludé a Anthony Mulcahy, amigo irlandes del dúo Those Sensible Shoes, y le di un abrazo a Clare y otro a Niall. Clare se marchó casi de inmediato, pues daría clases temprano. Pero la acompañé hasta la salida y me contó que su tía, Nancy, falleció la semana pasada. Lo sentí. Una vez, con Clare y su mamá, Marge, había visitado a Nancy en el hogar de ancianos donde vivía. Fue una experiencia triste, pues el ambiente estaba cargado de soledad. Nancy se esforzaba por conversar, pero la demencia ya la asechaba. Le costaba expresarse. - It gets so crowded in here -, dijo, señalándose la cabeza. Quería decir que había tanta bulla en su mente que no le salían los pensamientos. Y aunque Marge se venía preparando para este momento, Clare me dijo que le es duro pensar que ya murió su última hermana. Claro. Marge visitaba a Nancy todos los días, aunque ya no pudieran conversar. Abracé a Clare, le envié pésames a Marge y regresé a escuchar, pensativo. En eso llegó Cal, nuestra amiga en común, que por un par de minutos apenas no vio a Clare. Llego con un muchacho simpático y se le veía relajada y contenta. Conversamos un poquito y me contó que en la residencia de escritores en Ithaca donde estuvo un par de semanas escribió tranquila y la pasó bien. Me alegré por ella. Como tantas otras almas sensibles y artísticas, la suya a veces tiende a la tristeza. Pero pasa por una época de bienestar. Pronto empezó a tocar el dúo August Wells, el principal grupo de la noche. Escuchamos con toda atención: un teclado, una guitarra, melodías taciturnas y letras que cuentan con lirismo las historias de personas sencillas que luchan y se esfuerzan por vivir lo mejor que pueden, salir adelante a pesar de las soledades, las dificultades, los momentos de desfallecimiento. Pensé en Nancy. Pensé en Marge. Me alegré por Cal, sentada a mi lado derecho. Y me gustó tanto el dúo irlandés, que compré uno de sus álbumes, el que trae la pieza "Here in the Wild": Here in the wild under blue skies time doesn't try to pass me by here in the wild Escuché la historia de Lucy, la chica triste, de Tommy, el tipo pobre que trabajaba con ganas, y de Molly, la muchacha un poquito desquiciada, la historia de tres desamparados que sienten paz en el desierto, como si los conociera, como si fueran mis amigos o mis vecinos o mujeres que he querido o yo mismo en otra época. Take your brother Take your sister Walk them across their troubled hearts.
Di clases. Escribí un poco. Nadé un kilometrito. Así que por la noche me di un premio y por primera vez en años me decidí a ver algo de béisbol. Hace mucho tiempo no veía ni una sola entrada de un juego, y esta noche era justamente el sétimo partido de la "Serie Mundial" (campeonato nacional de la Yunai) entre dos equipos que juntos sumaban 176 años sin quedar campeones. Así que me fui para Rhythm and Booze, la taberna del barrio. Queda a dos cuadras de mi casa y aunque le había pasado por el frente muchas veces, nunca había entrado. Para allá me fui a ver el partido entre los Cachorros de Chicago y los Indios de Cleveland. Llegué ya en la quinta entrada. Ganaban los Cachorros. En el bar había unos treinta gringos, todos blancos, la mayoría con gorras de béisbol de sus equipos favoritos puesta, y dos mujeres: una "farmacha", osea, una rubia platinada de farmacia que se tiñe el pelo con agua oxigenada, y una pelirroja, ambas conversando con sus parejas. Pedí una morena irlandesa para tomar y luego me percaté que casi todos los gringos bebían rubias y un par, pelirrojas.
En apariencia, yo no calzaba mucho. Pero nos unía el deporte, "la pelota" como le dicen los caribeños. Más o menos la mitad apoyaba a los Indios y la otra mitad a los Cachorros. Ambos equipos ganan simpatías porque han sido muy sufridos. Pero los de Chicago llevaban 108 años sin ser campeones, y los de Cleveland "apenas" 68.
Yo estaba con mi afición dividida debido a mis recuerdos de este deporte. Durante mi infancia y juventud en Costa Rica, mi Tata me enseñó a apoyar a los equipos de la liga americana, como los Indios. Pero en esa misma época, a menudo cuando iba a visitar la casa de mis abuelos en Colonia del Río por las tardes, si mi abuelo Enrique estaba en su casa, estaba viendo por televisión el juego de los Cachorros. Había un canal de Chicago que por algún motivo entraba en San José y mi abuelo aprovechaba para ver béisbol y escuchar la narración en inglés. Él mismo había estado en Texas en 1943 y se hizo aficionado de los Yanquis de Nueva York, equipo que ganó la "Serie Mundial" aquel año. Pero supongo que de tanto verlos por televisión, le agarró cariño a los Cachorros de Chicago.
La cuestión es que yo no sabía a quién apoyar. Así que me quedé quieto y callado bebiendo mi morena, hasta que un gringo bastante borracho que apoyaba a los Indios me volvió a ver y me dijo: - ¿Quién sos vos? Parecés malévolo (evil) ahí tan callado y observador, sin decir nada -. Me dio risa. ¡Diay! Yo soy así, callado y observador. Le dije: - Soy de por aquí a la vuelta. Nada más vine a ver el juego -. Me preguntó: - ¿Con quién vas? -. Traté de escabullirme: - Es difícil escoger. Ambos equipos son simpáticos y sufridos -. Pero no me dejó zafar: - Pero no me contestaste. ¿Con quién vas? -. Ante la insistencia, tuve que verbalizar lo que en el fondo sentía: - Este año con los Cachorros -. Volvió a ver para la pantalla de televisión sobre la barra y se mostró contrariado. Pero se repuso, me dio la mano y me dijo: - Buena suerte con eso -.
Rara vez he apoyado a un equipo de la liga nacional. Pero mi abuelo veía todas las tardes a los Cachorros. Y hace años, cuando éstos eran pésimos, asistí a un juego en el estadio Wrigley Field de Chicago. Pasé una tarde viendo béisbol en el asiento más barato, con una columna de hierro en frente dividiendo el campo en dos partes ante mi vista. Fue una tarde agradable en un viejo estadio con mucha historia. Así que me decidí por ellos.
Les traje suerte. Los Indios empataron, el juego se extendió por una entrada, pero los Cachorros campeonizaron.
Pero después, en mi cortísima caminata a casa, sentí lástima por los Indios. Pobres desgraciados. Y en todo caso pensé en las tres horas que pasé en Rhythm and Booze. Hasta en una taberna llena de gringos, algunos muy borrachos, algo encuentra uno en común con la gente, algo que a veces se remonta a la infancia en una tierra muy distinta.