Di clases. Escribí un poco. Nadé un kilometrito. Así que por la noche me di un premio y por primera vez en años me decidí a ver algo de béisbol. Hace mucho tiempo no veía ni una sola entrada de un juego, y esta noche era justamente el sétimo partido de la "Serie Mundial" (campeonato nacional de la Yunai) entre dos equipos que juntos sumaban 176 años sin quedar campeones. Así que me fui para Rhythm and Booze, la taberna del barrio. Queda a dos cuadras de mi casa y aunque le había pasado por el frente muchas veces, nunca había entrado. Para allá me fui a ver el partido entre los Cachorros de Chicago y los Indios de Cleveland.
Llegué ya en la quinta entrada. Ganaban los Cachorros. En el bar había unos treinta gringos, todos blancos, la mayoría con gorras de béisbol de sus equipos favoritos puesta, y dos mujeres: una "farmacha", osea, una rubia platinada de farmacia que se tiñe el pelo con agua oxigenada, y una pelirroja, ambas conversando con sus parejas. Pedí una morena irlandesa para tomar y luego me percaté que casi todos los gringos bebían rubias y un par, pelirrojas.
En apariencia, yo no calzaba mucho. Pero nos unía el deporte, "la pelota" como le dicen los caribeños. Más o menos la mitad apoyaba a los Indios y la otra mitad a los Cachorros. Ambos equipos ganan simpatías porque han sido muy sufridos. Pero los de Chicago llevaban 108 años sin ser campeones, y los de Cleveland "apenas" 68.
Yo estaba con mi afición dividida debido a mis recuerdos de este deporte. Durante mi infancia y juventud en Costa Rica, mi Tata me enseñó a apoyar a los equipos de la liga americana, como los Indios. Pero en esa misma época, a menudo cuando iba a visitar la casa de mis abuelos en Colonia del Río por las tardes, si mi abuelo Enrique estaba en su casa, estaba viendo por televisión el juego de los Cachorros. Había un canal de Chicago que por algún motivo entraba en San José y mi abuelo aprovechaba para ver béisbol y escuchar la narración en inglés. Él mismo había estado en Texas en 1943 y se hizo aficionado de los Yanquis de Nueva York, equipo que ganó la "Serie Mundial" aquel año. Pero supongo que de tanto verlos por televisión, le agarró cariño a los Cachorros de Chicago.
La cuestión es que yo no sabía a quién apoyar. Así que me quedé quieto y callado bebiendo mi morena, hasta que un gringo bastante borracho que apoyaba a los Indios me volvió a ver y me dijo: - ¿Quién sos vos? Parecés malévolo (evil) ahí tan callado y observador, sin decir nada -. Me dio risa. ¡Diay! Yo soy así, callado y observador. Le dije: - Soy de por aquí a la vuelta. Nada más vine a ver el juego -. Me preguntó: - ¿Con quién vas? -. Traté de escabullirme: - Es difícil escoger. Ambos equipos son simpáticos y sufridos -. Pero no me dejó zafar: - Pero no me contestaste. ¿Con quién vas? -. Ante la insistencia, tuve que verbalizar lo que en el fondo sentía: - Este año con los Cachorros -. Volvió a ver para la pantalla de televisión sobre la barra y se mostró contrariado. Pero se repuso, me dio la mano y me dijo: - Buena suerte con eso -.
Rara vez he apoyado a un equipo de la liga nacional. Pero mi abuelo veía todas las tardes a los Cachorros. Y hace años, cuando éstos eran pésimos, asistí a un juego en el estadio Wrigley Field de Chicago. Pasé una tarde viendo béisbol en el asiento más barato, con una columna de hierro en frente dividiendo el campo en dos partes ante mi vista. Fue una tarde agradable en un viejo estadio con mucha historia. Así que me decidí por ellos.
Les traje suerte. Los Indios empataron, el juego se extendió por una entrada, pero los Cachorros campeonizaron.
Pero después, en mi cortísima caminata a casa, sentí lástima por los Indios. Pobres desgraciados. Y en todo caso pensé en las tres horas que pasé en Rhythm and Booze. Hasta en una taberna llena de gringos, algunos muy borrachos, algo encuentra uno en común con la gente, algo que a veces se remonta a la infancia en una tierra muy distinta.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario