Desde antes de viajar había quedado de reencontrarme en la Feria Verde con Moy y Jahel. El año pasado, después de reecontrarme con Moy y que ella me presentara a Jahel, nuestro trío amistoso lo cultivamos desayunando todos los sábados en la feria en el polideportivo de Aranjuez, en la ribera del Torres. Recién retornado yo a Tiquicia, siempre iba al chinamo de comidas típicas y pedía algún picadillo en tortilla de maíz palmeada a mano y dos torta de yuca. Ellas, acostumbradas a ver oferta de comida típica por todos lados, buscaban algún sanguche exótico y orgánico, tostada francesa o, alguna vez, arepas colombianas. Los tres coincidíamos en preferir el café Taza Amarilla. Nos sentábamos a la sombra de algún arbol a tertuliar, hablar de teatro, de México, tierra de Jahel, y demás. Así disfrutábamos la mañana del sábado y pasado el mediodía empezábamos a pensar en nuestros quehaceres.
Esta semana la reunión sería especial, pues yo me fui a Brooklyn en agosto y Moy se fue a Rhode Island en octubre. Cuando yo vine en enero, vi a Jahel pero nos hizo falta Moy. Sin embargo hace una semana nuestra querida amiga de los ojos miel, el pelo crespo y los profundos camanances regresó a San José por un tiempo, mientras organiza su propia vida peripatética. Esta sábado, entonces, podíamos reunirnos los tres por primera vez desde agosto del año pasado. Se nos unió Xinia, mi hermanita, quien ahora es amiga de Jahel y conocía un poquito a Moy. Nos faltó la garota tico-mineira para completar un quinteto de amigos pero cuando le avisé el sábado ya era muy tarde para unirse al plan. Nos veríamos por la noche.
Así fue que llegamos en cuarteto a la feria. Aunque abril en Costa Rica es caliente y el sol arde, la mañana estaba seminublada y fresca, apenas veinticuatro centrígrados. Osea, deliciosa. Mientras bajábamos de la alta colina donde está la escuela México, donde Moy y yo fuimos compañeros, al bajillo del polideportivo, Moy dijo que ella esta vez iba a comer gallo pinto con huevo frito, pues no lo había comido desde que regresó, una semana antes que yo. Jahel le preguntó, bromeando, si ahora que "ya no vive aquí" iba a hacer las mías y apuntarse a la comida típica. Xinia dijo que ella también se comería un gallo pinto y ahí Jahel dijo:
- Pues entonces yo también me apunto al pinto.
Resultado: todos hicimos fila juntos en mi chinamo favorito de la feria. En lo más profundo sentí satisfacción. No sé por qué. Pero así fue, como si fuera un mérito mío. Entonces Jahel se pidió un gallo pinto con torta de huevo, Moy con huevo frito y Xinia con tortilla. Yo, en cambió, pedí mi picadillo de arracache con dos tortas de yuca. Para mi profunda decepción, la muchacha morena de ojos color de avellana me dijo que no tenían torta. ¡Ay, qué dolor! Pero bueno, esto me obligó a leer el nuevo menú del chinamo y me di cuenta que, además de picadillo de chicasquil tenían de vegetales con quinoa. Les dije a las chicas que ese picadillo, nada típico, era el especial "Feria Verde" del chinamito. Pedí los tres picadillos, cada uno servido en su respectiva tortilla palmeada de maíz; osea, tres gallos, de arracache, chicasquil y vegetales con quinoa.
Mientras nos preparaban el desayuno, fuimos al puesto de Taza Amarilla a pedir nuestro café. Pedimos tres negros y Xinia uno con leche de marañón, otro especial "Feria Verde". Cuando nos sentamos, ya con nuestros platos y cafés, la mesa estaba servida para una deliciosa tertulia sabatina.
A esa delicia le siguió un paseo juntos, haciendo compras, primero por los puestos de frutas y vegetales de los agricultores y los de panes, quesos y otros productos orgánicos, y luego por los chinamos de los artesanos, siempre tertuliando, a veces en dúos y otras en cuarteto.
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