La primera vez que viajé a la Amazonía brasileña llegué en avión a Manaos. Desde el aire vi nítidamente la convergencia de los ríos Solimões y Negro para formar el río Amazonas. Las aguas chocolate del Solimões y las oscuras del Negro parecían fluir lado a lado sin mezclarse por kilómetros. El contraste me pareció alucinante. Después, navegando por el "encuentro de las aguas" y observando desde nuestra barca diminuta aquella inmensidad fluvial, me di plena cuenta del ancho y volumen de ambos ríos y de la magnitud del embate entre ambos. Eran dos fuerzas de la naturaleza encontrándose para unirse. Aprendí además que cada río tiene su propia densidad, temperatura, velocidad y volumen de aguas. El Negro es de ese color por la descomposición de materia orgánica de la selva. El Solimões es barroso por arrastar sedimentos. Por todo esto, es necesario que fluyan juntos por muchísimos kilómetros, mezclándose paulatinamente, hasta formar el Amazonas.
Ese fue mi primer viaje para encontrarme con la garota amazônica. Al despegar de Manaos de regreso a Centroamérica después de haberla visitado, pensé que ella y yo éramos dos ríos poderosos y apasionados, cada uno con sus propios cauces, cuencas, fuentes, temperamento, historia, deseos, planes, proyectos y luchas. Si lográbamos converger, formaríamos un poderoso e inmenso río de amor. Al cabo de los años, no lo logramos. No convergimos, no formamos un solo río, no inundamos selvas, no nutrimos humedales, no desembocamos en el Atlántico. El desenlace de nuestro intento por confluir fue devastador para ambos. Cada uno tuvo que reconsiderar todos los fundamentos de su vida, la visión, los valores, y rehacerse. Yo, por dar un solo ejemplo, tuve que cuestionar mi metáfora de nuestra relación como la convergencia del Solimões y el Negro, una metáfora que me llevó a insistir en intentar la confluencia muchas veces.
二
Esa experiencia y esa etapa de vida ya pasaron. Pero por años he atesorado la metáfora de una relación amorosa y apasionada como el encuentro de aguas que forma el Amazonas. Para que se logre confluir se requiere paciencia, perseverancia, adaptabilidad y fluidez, pues dos personas son como dos ríos profundos y poderosos, con densidades, temperaturas, volúmenes y velocidades diferentes.
Sin embargo este martes el río Savegre me reveló otra metáfora, otra posibilidad. Fue una epifanía.
Durante nuestra caminata familiar por el sendero La Candelita del Trogón Lodge, llegamos a un puente para cruzar de una ribera del río a otra. Habíamos ascendido la montaña y estábamos cauce arriba con respecto al punto de inicio. Y justo en ese puente se observaba cómo convergían dos riachuelos de aguas cristalinas. Había un pequeño embate de aguas, pero no era violento. Los riachuelos no eran idénticos pero se encontraban con toda naturalidad y continúaban fluyendo juntos sin enormes esfuerzos, sin luchas descomunales, uniéndose sin abrumarse el uno al otro, sin invadirse. Formaban un Savegre más amplio, más bello, más poderoso. Devenían un mejor río cantor.
Ninguna relación mía ha sido así. Pero podría serlo. ¿Y quizá debería serlo? ¿Una confluencia natural y sin esfuerzos, sin sacrificios desproporcionados de un riachuelo por el otro para formar un gran río? Al menos esa posibilidad me la reveló el Savegre.
(Foto: Xinia Campos) |
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