Treinta y seis horas después estaba dando clases en Brooklyn, de vuelta a la rutina. Pero ya me sentía inquieto. El sentido del tacto me andaba reclamando. En Brooklyn miro, escucho, huelo, saboreo. Pero el tacto queda marginado. Toco pétalos de flores, cortezas de árboles, la tierra húmeda del parque. Pero otras personas no. Hay escasez de con-tacto humano en este contexto. Poco o nada. Ni jota.
Basta. El viernes salí supuestamente a escuchar folk irlandés. Pero mi cuerpo me pedía baile. Cambié de rumbo y me fui a Salzy a bailar con la música de Yotoco. Había bastantes muchachas dispuestas a bailonguear, por dicha, y en forma de con-tacto y sonrisas recibí alegría nacida en Puerto Rico, Los Ángeles y Nigeria, alegría llamada Karen, sabor llamado Niki, belleza llamada Chantelle. Mi sentido del tacto me lo agradeció.
Esta noche Yotoco se presenta en una fiesta colombiana en Subrosa. Yo mañana doy clases y de por sí tengo mucho qué hacer. Pero lo más importante en este momento es complacer al tacto. Esta noche seré hedonista y no eudaimoniano. Cultivar la excelencia del alma será para otra noche. Voy p'allá a bailar.
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