Es una mañana de lunes
esplendorosa en Lisboa: temperatura cálida, cielo celeste con toques
lapis lazuli, algo de brisa. Desayuno fruta, granola y café con
Rachel y Lucas, y me voy en metro al largo de Chiado. En las afueras
de A Brasileira me tomo un selfie con la estatua de
Fernando Pessoa sentado en una mesa de su café favorito. Luego bajo
por la Rua Garrett a la librería Bertrand, la más antigua de
Europa, y compro una edición del Livro do Desassossego de
Fernando Pessoa. El primer viernes que estuve en Lisboa, en esta
misma librería, Rachel me lo había recomendado, y ahora me decido a
llevármelo para leer sobre los desasosiegos de Pessoa en su amada
Lisboa. Es un libro sui generis: mezcla de diario íntimo y
crónica de encuentros con lugares y personas lisboetas. Osea, los
Apuntes y postales del maestro Pessoa, ja. Me animo a llevarlo
para leerlo en Brooklyn. Es un buen libro para el metro, pues
las entradas son breves e interesantes.
Salgo de la Bertrand y me
adentro por la Rua Anchieta hasta la tiendita A Vida
Portuguesa. Rachel me la ha recomendado para comprar recuerditos
interesantes. Tiene razón. Es el mejor lugar para comprar regalitos.
Contento con mis compras de azulejos y cuadernos artesanales, regreso
a la entrada del metro frente a la cafetería A Brasileira y
desciendo a las entrañas subterráneas de Lisboa. En el metro
observo a la gente. Además de portugueses y turistas, hay mucha
gente de África y el sur de Asia. Me da la impresión de que Lisboa
es más cosmopolita que Porto, aunque no lo sé. Emerjo de las
entrañas subterráneas en el Largo do Rato y camino hasta
casa de mis amigos. Me esperan para almorzar.
Salimos y subimos la
ladera para almorzar en el restaurante Casa dos Passarinhos.
Pedimos dos platillos de bacalao en preparaciones distintas, bacalhau na canoa y bacalhau à Lagareiro. Mientras aguardamos, todos saboreamos el pan
fresco con paté de sardina y las aceitunas en aceite de
oliva y ajo. Yo me tomo un Imperial de cerveza Super Bock. Es mi
zarpe lisboeta.
Rachel me cuenta acerca de su
proyecto de investigación sobre la lógica del razonamiento jurídico
en la Universidade Nova de
Lisboa. Pero
llegan los platos. Nos
deleitamos con el bacalao. Ambos
platos están buenos, pero me gusta más à
Lagareiro,
aunque no sepa decir por qué. Eso sí, les digo a mis amigos que ya nunca más podré comer bacalao si no es preparado por
una cocina portuguesa. Ya le había dicho a
la Divina hace un par de días que de todos
modos en Brooklyn desistí de cocinar el bacalao
yo mismo: no es tan fresco, ni yo sé prepararlo.
Tendré que regresar pronto para
saborear un buen bacalao portugués y caminar por esta Lisboa del
Pessoa sin sosiego y de los lisboetas
gentiles y de mis amigos cariocas con un
trocito de corazón portugués.
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