Viernes. Por la mañana asisto a la charla de Ana y Soraia sobre el jugar espontáneo en la naturaleza, y luego a la de Sara sobre el abordaje ascético al deporte. Aprendo mucho de ellas y reflexiono sobre mi propia vida, en mis juegos de niño en mi barrio josefino, en mi propio abordaje ético al deporte. Creo que yo soy más epicúreo y lúdico que estoico, más del placer de jugar que de la disciplina para superarme através del sufrimiento. Pero busco un equilibrio, pues haber perdido por lesión la práctica del futbol y haber encontrado la natación como alternativa deportiva me ha llevado del ludismo y el placer a la disciplina y el dominio propio como fines u objetivos personales.
A la hora del café ha acabado nuestro congreso. Converso un poco con Reumar y Cecilia, los uruguayos, y Mafaldo, el mexicano, y nos despedimos.
Pero me quedan algunas horas para compartir con los amigos más cercanos. Me encuentro con Sara y nos vamos en metro hasta Aliados. Ya llevamos su maletita, pues esta noche ella se toma el vuelo a Madrid y de allí a Valencia. Me cuenta que su marido le ha contado que su hijo menor anda por toda la casa llamándola, "¡Mamá!", y el del medio anoche ha dormido en su cama. Solo la chiquita entiende que anda en un congreso y ya vuelve. Ya en las cercanías de Aliados damos varias vueltas, desorientados y medio perdidos, hasta que llegamos al Assador Tipico, el restaurante donde almorzaremos con Javi, Jessica y Xavi. ¿Quién me hubiera dicho a mí que estaría alguna vez almorzando con cuatro valencianos en un restaurante de carnes y pescados asados en Porto? Pero así es y lo disfruto. Me pido un dorado asado y Sara pide atún. Nos los traen y están deliciosos, como el bacalao de Jessica. Del chorizo de Javi no como pero se ve jugoso. ¡Qué tiempos aquellos en que comía chorizo! Yo me termino el dorado y además Sara me deja medio atún, así que mi almuerzo es un festín.
Después del almuerzo nos despedimos de Javi, Jessica y Xavi. Sara y yo caminamos, acarreando su maleta, por los Jardines del Palacio de Cristal. Nos gusta el paisajismo de los jardines y además en algunos puntos hay vistas panorámicas del Duero. Andamos y andamos y conversamos sobre las emociones, el sufrimiento, el deporte, Nussbaum, Frankel, Peirce, sus hijos, mis papás y hermanas, sus años de infancia y adolescencia en La Paz, Bolivia, sus viajes a Buenos Aires, su afinidad con Latinoamérica. Seguimos con estos temas y otros mientras caminamos de regreso a Aliados y paramos en una confeitaria frente al Carmo a tomar un café con pastel de nata
Cuando ya es hora de que se vaya al aeropuerto, la acompaño hasta el metro y nos despedimos en el andén. Nos hemos pasado toda la semana de arriba para abajo juntos. Así son estas amistades basadas en afinidad intelectual y personal, que a lo largo de los años, de congreso en congreso, se vuelven amistades profundas. Ha sido enriquecedor pasar este tiempo con Sara. La abrazo y le deseo buen viaje.
Salgo, ya solo. Pero no estoy triste. Estoy agradecido. Camino ladera abajo hasta la Ribeira y paseo por largo rato, hasta el atardecer. Cuando ya ha oscurecido, regreso a la Praça Liberdade. Y acá me pasa a recoger Luísa. Maneja hasta su casa a encontrar a Ana y Soraia, quienes se hospedan con ella, y juntos nos vamos a cenar. Yo de tanto comer debería reventar. Pero la comida portuguesa me sienta muy bien, es sabrosa y relativamente sencilla. No se exceden con los condimentos sino que permiten que uno saboree el pescado y marisco, acompañados de papa y vegetales, con sal y aceite de oliva. Así que le entro al bacalao y pulpo que pedimos los cuatro para compartir.
Mientras tanto, conversamos sobre el trabajo de Ana y Soraia acerca del jugar espontáneo de los niños en la naturaleza. Los niños inventan juegos y crean juguetes en cualquier entorno natural, sin necesitar y hasta despreciando juguetes industriales. Qué lejos parece que andamos, a veces, de aquello. Conversamos también sobre formas de jugar en el agua y Ana aprovecha para invitarme a hacer un circuito de natación en aguas abiertas en Brasil. Se me iluminan los ojos y el corazón con la idea. Luísa nos cuenta sobre sus experiencias navengando en veleros. La vela es uno de sus deportes.
Y así, entre esto y aquello, disfrutamos de otro banquete. Hasta que es hora de ir a casa. Luísa, como siempre atenta, me lleva hasta mi casa. Me despido de las tres. Pero de nuevo, no estoy triste. Me siento agradecido con la Vida por darme tantos amigos en tantos lugares.
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