Cuando nos vimos esta mañana, nos dimos un fuerte y largo abrazo, un abrazo divino. Ella se reía y yo la sentía reírse. No nos veíamos desde hace nueve años en Vigo. La vida me trajo a Porto y ella se acercó para encontrarme.
Paseamos junto con sus dos muchachos. Bajamos de la estación ferroviaria São Bento a pie hasta Ribeira por entre callecitas antiguas con sus casas de fachada de azulejo restauradas. Caminamos frente al río, pasando por la plaza del Cubo, hasta el puente Luís I. Lo atravesamos por la parte baja hasta Gaia y compartimos un delicioso bacalao a la brasa en Ar de Rio, mientras observábamos el río fluir y el sol brillar en las coloridas fachadas de las casas de la ciudad antigua de Porto. Con movimientos delicados, ella me sirvió las papas asadas, tomate, lechuga y trozos de bacalao, bañándolos en azeite. Ese simple detalle cuidadoso me llegó. Luego visitamos algunas bodegas en busca de vino Porto (compré uno tinto y uno blanco), cruzamos el puente de vuelta hacia la ribera de Porto, subimos las Escadas de Codeçal, por entre casitas decadentes, hasta encontrar la sección superior del puente. Lo cruzamos de nuevo hacia el Jardim do Morro y el Mosteiro da Serra do Pilar mientras disfrutábamos las vistas de Porto y Gaia desde la altura. Soplaba un viento frío pero la tarde era luminosa. Recorrimos en metro de allí hasta Aliados y bajamos por la Praça da Liberdade, rodeada de edificios decimonónicos, me parece, hasta la Rua dos Clérigos. Remontamos en dirección a la iglesia y la torre de los mentados clérigos, que no son santos de su devoción ni de la mía. La torre es la más alta de Porto, vaya ostentación la de esos muchachos. Luego continuamos hacia la Universidad de Porto y la Igreja do Carmo (¡más azulejos en su fachada y paredes exteriores!). Andábamos en busca de una confeitaria para tomar café con pastéis de nata. Los encontramos en un cafecito de la Praça de Carlos Alberto. Allí nos sentamos a conversar un ratico más. Sabíamos que se nos acababa el tiempo. Pero me sentía contento de verla frente a mí, mirarla a los ojos, sonreírle. Tras la pausa, subimos por la Rua das Oliveiras, pasamos por la Praça da República y seguimos ladera arriba por el barrio de Lapa, encontrando más vida de barrio, con bares contemporáneos al lado de antiguas fruterías, supermercados cerca de verdulerías, y tiendas con escaparates de los años 70. Ya en "mi" barrio, cerca de la Praça Marquês, caminamos hasta su carro. Era hora de que regresaran a Vigo.
Nos abrazamos de nuevo. Y de nuevo. Miradas, risas, sonrisas, silencios y tres abrazos: Día Divino.
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