lunes, 17 de octubre de 2016

Espontaneidad taiwanesa: del Caracas Arepa Bar a The Stone

Tsun-Hui y yo salimos contentos del concierto de Banda Magda. Pero nos quedamos con ganas de más música y apenas son las 9 p.m. Las otras dos chicas, amigas suyas, con quienes escuchamos el concierto, se despiden. Regresan a su barrio, uptown. Tsun-Hui cenó con ellas en una izakaya. Pero yo tengo hambre y mi ángel de la guarda taiwanés me acompaña hasta el Lower East Side. Quiero una arepa venezolana del Caracas Arepa Bar, uno de mis clásicos de fin de semana. Cuando llegamos, la cuevita está repleta. No hay mesas. Nos sentamos en la barra. Pido una "arepa del gato", rellena de queso fresco, plátano maduro frito y aguacate. ¡Qué rico! La acompaño con una Negra Modelo bien fría. Tsun-Hui acompaña sus platanitos, yuquitas y guacamole con una Modelo Especial. 

Conversamos a gusto. Ella me cuenta sobre su viaje a Vancouver y Seattle. En eso se le ocurre que Makoto-san, nuestro amigo japonés, trabaja por allí cerca. Es productor audiovisual y su estudio está en este barrio. Le escribe y de hecho está en un espacio musical cercano, en Alphabet City, filmando el concierto de una banda. No tenemos idea de qué se trata pero caminamos hasta la calle 2 con avenida C en busca de The Stone

Cuando llegamos, el edificio esquinero parece una bodega abandonada. No hay rótulo y las mallas metálicas están cerradas sobre los ventanales y cubiertas de grafiti. Pensamos que nos equivocamos de dirección pero el mapa dice que es allí. Nos fijamos mejor y en la puertica esquinera de vidrio leemos, en letras doradas diminutas: the stone. Es ahí. Entramos y de inmediato nos topamos con la música en vivo. Hay una banda de ocho músicos tocando una pieza sui generis. No sé qué decir, parece una mezcla de big band jazz con soul y funk. Dos saxofones, una trompeta, un piano, dos sets de percusión, una guitarra eléctrica y un bajo. Y buena vibra.

Como su exterior, el interior de The Stone es austero. El cieloraso es bajísimo y negro, las paredes de ladrillo pintado de blanco están decoradas con fotografías de músicos en blanco y negro. Punto. No hay barra. Aquí el asunto es la música. 

Ubicamos a Makoto-san filmando al frente. Escuchamos de pie, detrás de la última fila de sillas. Nos mecemos al ritmo y yo miro a mi alrededor. ¡Qué lugar inusitado! Y fue la espontaneidad taiwanesa la que me trajo acá. "La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida". Ahora me pregunto qué propondrá Makoto-san, bohemio japonés, para después del concierto. ¡Vaya vida inusitada!

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