sábado, 15 de octubre de 2016

Church Going, o unos minutos en la Catedral de San Patricio

He quedado de encontrarme con Tsun-Hui en el Centro Cultural Onassis, al costado de la catedral. Pero he llegado temprano al Midtown, así que me entretengo viendo a la gente patinar en la pista del hielo del Rockefeller Center. Las banderas de todo el mundo ondean en la plaza. Hace frío otoñal. Normalmente evito esta región de Manhattan pues generalmente hay demasiados turista. Pero descubro que mitad de octubre es un buen momento para venir. Hay gente pero no tumulto. 

Igual, pronto el frío cala, así que voy a la Catedral de San Patricio. Sus grises torres góticas se elevan hacie cielo azul cobalto. Cae la noche. Entro y me siento en una banca a guardar silencio y observar. Miro las tres naves, el altar dorado, las altísimas bóvedas nervadas (en inglés les dicen costillares o ribbed vaults) y las esculturas. Me atrae una contemporáneo, en bronce, de una mujer que acoge con su mano derecha a una niña que se abraza a su pierna, mientras con la izquierda sostiene un libro, quizá la Biblia. Desvía la mirada del libro para observar a la niña con ternura. Me gusta el gesto dulce.

Trato de recordar algunos versos del poema "Chuch Going", del inglés Philip Larkin:



Yet stop I did: in fact I often do,
And always end much at a loss like this,
Wondering what to look for; wondering, too,
When churches will fall completely out of use
What we shall turn them into, if we shall keep
A few cathedrals chronically on show,
Their parchment, plate and pyx in locked cases,
And let the rest rent-free to rain and sheep.
Shall we avoid them as unlucky places?

En la Inglaterra de la posguerra, cuando pocos van a las iglesias, el poeta se pregunta para qué servirán en el futuro, cuando ya nadie vaya y el último haya cerrado la puerta. "¿Las dejamos que las retome la naturaleza? ¿Las convertimos en escuelas? ¿En chinchorros de comida rápida? ¿En tiendas de ropa de diseñador?", a veces he pensado, en serio o con ironía. Larkin no es creyente. Y sin embargo, confiesa al final del poema, halla en ellas algo necesario para el ser humano en su búsqueda de significado. Cuando menos, las iglesias vacías y rodeadas de cementerios nos recuerdan nuestra mortalidad. Yo, de vez en cuando, como esta noche, entro a alguna iglesia, me siento en silencio y no pienso en la muerte, sino que disfruto la paz.







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