Igual, pronto el frío cala, así que voy a la Catedral de San Patricio. Sus grises torres góticas se elevan hacie cielo azul cobalto. Cae la noche. Entro y me siento en una banca a guardar silencio y observar. Miro las tres naves, el altar dorado, las altísimas bóvedas nervadas (en inglés les dicen costillares o ribbed vaults) y las esculturas. Me atrae una contemporáneo, en bronce, de una mujer que acoge con su mano derecha a una niña que se abraza a su pierna, mientras con la izquierda sostiene un libro, quizá la Biblia. Desvía la mirada del libro para observar a la niña con ternura. Me gusta el gesto dulce.
Trato de recordar algunos versos del poema "Chuch Going", del inglés Philip Larkin:
Yet stop I did: in fact I often do, And always end much at a loss like this, Wondering what to look for; wondering, too, When churches will fall completely out of use What we shall turn them into, if we shall keep A few cathedrals chronically on show, Their parchment, plate and pyx in locked cases, And let the rest rent-free to rain and sheep. Shall we avoid them as unlucky places?
En la Inglaterra de la posguerra, cuando pocos van a las iglesias, el poeta se pregunta para qué servirán en el futuro, cuando ya nadie vaya y el último haya cerrado la puerta. "¿Las dejamos que las retome la naturaleza? ¿Las convertimos en escuelas? ¿En chinchorros de comida rápida? ¿En tiendas de ropa de diseñador?", a veces he pensado, en serio o con ironía. Larkin no es creyente. Y sin embargo, confiesa al final del poema, halla en ellas algo necesario para el ser humano en su búsqueda de significado. Cuando menos, las iglesias vacías y rodeadas de cementerios nos recuerdan nuestra mortalidad. Yo, de vez en cuando, como esta noche, entro a alguna iglesia, me siento en silencio y no pienso en la muerte, sino que disfruto la paz.
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