Martes. Por la mañana me reencuentro, en la inauguración del congreso en un campus de la Universidad de Porto, con viejos amigos y amigas. A Sara, filósofa valenciana, por ejemplo, no la he visto desde el anterior congreso, hace dos años, en Natal, Brasil. Nos conocimos entonces y nos hicimos amigos por afinidad personal e intelectual. Pero hemos tenido poca ocasión de comunicarnos, porque en estos dos años ella se doctoró, continuó dando clases a tiempo completo, tuvo su tercer hijo, apoyó a su marido en la carrera de medicina y cuidó a su familia. Entonces, cuando me llama por detrás y reconozco su voz, me doy vuelta muy alegre y nos saludamos de beso en cada mejilla y abrazo. A César lo he visto hace poco en Nueva York, pero igual me alegro en la pausa para tomar café cuando me llama, "Sensei", y nos abrazamos. En una sesión conozco a Vítor, profesor de secundaria en la región portuguesa Trás-Os-Montes. Almuerzo con él y con Sara en la cafetería universitaria. La comida es mediocre y Vítor se apresura a disculparse y aclarar que en Portugal se come bien. ¡Claro, tranquilo! Luego acompañamos a Sara hasta su hotel a registrarse y en un café cercano Vítor nos invita a un espresso con pastel de nata, para reivindicar a Portugal. ¡Gracias! Yo tan contento, sin darme cuenta me pierdo la reunión de la junta directiva de nuestra asociación filosófica. "¡Chingo'e directivo!" Me percato de esto después, en las sesiones de la tarde.
Quedo con César de ir a cenar. Sara se nos une. Vamos en metro hasta la estación de trenes de São Bento y visitamos la sala principal para que ellos conozcan los hermosos murales de azulejos. De allí subimos a la Catedral y desde la explanada al frente observamos el atardecer sobre la ciudad antigua, el río Duero y Gaia. Pensábamos bajar a Ribeira, pero nos perdemos por recovecos medievales y sin querer, regresamos a la estación. De allí bajamos por la Rua das Flores hasta una placita para cenar. Todas las terrazas están repletas de comensales. Tenemos hambre y no nos queda más que cenar en un comedor interior. Pedimos robalo asado y una francesinha vegetariana. La francesinha es un plato tradicional portuense. A mi ver simplista, es un "sanguche" de carne en pan cuadrado blanco, con queso derretido y salsa a base de tomate encima. Osea, comida rápida. Pero sssshhhhhh, silencio, no ofendamos. Igual cometemos un atropello cultural al pedir una vegetariana, pero qué vamos a hacer con nuestras restricciones dietéticas. En realidad, es rica la francesinha, aunque sea vegetariana. Cometemos otro atropello al pedir "imperiais", pues la mesera nos aclara que en Porto se les llama "finos". Son cervezas servidas a presión en vasitos largos y delgados. "Imperial" se las llama en Lisboa. El robalo asado está bien hecho y la conversación con Sara y César interesante.
Me siento afortunado de conocer gente tan legal, aunque se rían de mí por distraído. En el trayecto de vuelta en el metro casi me paso de estación: conversamos tan animadamente que no me percato cuando paramos en Marquês. De repente tengo que dar un salto y salir sin despedirme para que no me cierren las puertas del carro. Salgo raspando y los veo riéndose mientras les digo adiós con la mano.
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