Al atardecer me detengo en el puente Luís I que cruza el rio Douro (río Duero) de Porto a Gaia. Estoy en la sección superior del puente, la que cruza de la parte alta de Ribeira al monasterio, Mosteiro da Serra do Pilar. Por la nubosidad del cielo en dirección al Atlántico, hoy el río no se ve dorado sino verde grisáceo. Pero en dirección al este, río arriba, el cielo está mas despejado, con despuntes celestes, y el agua es esmeralda.
Algunas gaviotas vuelan casi a ras del agua en medio del cañón, se elevan y luego acuatizan. Flotan por algunos segundos y avanzan algunos metros hacia el océano. Pero en seguida dan aleteos vigorosos, se elevan de nuevo, planean, hacen piruetas y acuatizan. Parece que están jugando juntas. Hasta que emprenden un nuevo vuelo y ya en las alturas se alejan llevadas por el viento, planeando. Entonces sólo quedan las aguas esmeralda.
Pienso en un momento por mis amigos y amigas: nos encontramos por cuatro días en Porto, nos abrazamos, conversamos, dimos charlas, filosofamos, comimos, bebimos, paseamos, nos acompañamos por horas y horas cada día, nos conocimos mejor, hicimos nuevas amistades, tertuliamos sobre nuestras vidas, y cuando acabó el congreso, nos despedimos. Se han marchado de Porto en la ribera del Duero, de regreso a Valencia, Santa Fe, Montevideo, Batavia, Río de Janeiro, Trás-Os-Montes, State College, São Paulo, Porto Alegre, Barcelona, Ciudad de México y demás lugares. Pero nos vamos enriquecidos por un Banquete portuense.
Las gaviotas a la distancia vuelan en bandada. Nosotros esperamos vernos de nuevo en São Paulo, al otro lado del Atlántico.
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