Me despierto el sábado, me ducho y desayuno. Luego me preparo para salir a encontrar a Marisol, mi amiga venezolana, y su hija Sofía, en el bulevar de la avenida Liberdade. Busco mi pasaporte y billetera y no los encuentro. Busco y rebusco: los he perdido. Pero ¿cómo? Suave. Calma. Pensemos.
Salgo a la avenida, abrazo a Mari y Sofía, y conversamos a la sombra, en una banquita del bulevar. No nos vemos hace más de diez años. Y justo tengo que decirle: -Mari, acompañame en la búsqueda pues perdí mi pasaporte. Tengo que deshacer mi recorrido de anoche pues al salir de casa de mis amigos aún lo tenía-.
Ella se preocupa, entonces ni menciono mi billetera. Yo estoy más perplejo que alarmado. Se me ocurre que al pagar una botella de agua en un abastecedor en el Largo do Rato se me hayan caído, porque luego recorrí la calle de la Escuela Politécnica hasta el Mirador de São Pedro de Alcântara para mirar la ciudad de noche y el castillo iluminado en los cerros al frente, pero en el trayecto nadie me habría podido bolsear por descuido. Ni tampoco hubo un posible carterista al bajar a lo largo de los rieles del tranvía que desciende del mirador hasta Liberdade, ni en el corto camino de vuelta a la Praça da Alegria. Tiene que haber sido en Rato. Yo andaba exhausto ya por el viaje transtlántico, sin dormir y con jetlag.
Así que subimos las cuestas hasta Rato. Pregunto en la tiendita donde compré el agua, pero el dependiente indio, el mismo de anoche, no encontró nada. Entonces voy a la delegación de policía, esperanzado. La Esquadra da Polícia se encuentra en un edificio de fachada rosada. Entro y le explico a un policía joven, alto, flaco y moreno mi situación. Pregunto si alguien ha devuelto un pasaporte. No. Pero nos escucha su colega, más viejo, bajo y grueso. Me pregunta: -¿Cuál pasaporte?-. Y le doy mis datos. -¿Solamente?-. Le respondo: -No. Mi billetera también- y le describo los contenidos. Saca una llave, abre una puerta trancada, saca un sobre y me pregunta: -¿Son estos?
Sí. Aleluya. Le doy la mano y le agradezco, y al moreno también. Han sido gentiles y atentos. Mari me abraza. Y yo le doy gracias a mis desconocidos ángeles lisboetas. Se encontraron mis documentos y dinero y los devolvieron intactos e íntegros.
Desde ahora y por siempre, agradeceré a la gente de Lisboa. Y la querré, pues cualquier lisboeta que me cruce por la calle y por la vida, podría ser el ángel que cuidó mi camino.
Gracias, lisboetas amables y generosos. Ahora puedo continuar mi camino con Marisol y Sofía por bella ciudad.
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