domingo, 25 de septiembre de 2016

Bitácora: Lisboa, de Chiado al Castelo São Jorge y de vuelta

Me encuentro con Rachel a la salida de la estación de metro en el paseo de Chiado. Mientras la espero observo la estatua de Fernando Pessoa tomándose un café en la Brazileira, una cafetería típica de Lisboa que el poeta frecuentaba. Pero ya sube Rachel. Nos sonreímos y abrazamos. Nos vimos en junio en Río de Janeiro y ahora mi amiga carioca es una aspirante a lisboeta. Ha venido ha hacer un posdoctotado en la U Nova de Lisboa. Así que será mi guía. Son pasadas las 2 pm del viernes y quiere llevarme a almorzar a un restaurante de "freiras" (monjas). Allá me lleva pues el precio es módico, la comida rica, y el comedor tiene una terraza. Pedimos un pastel de bacalao con ensalada y salimos a la terraza. Desde allí observamos el río Tajo, la península en la otra ribera, la desembocadura en el Atlántico y los dos puentes que atraviesan el río. Nos ponemos al día con esa vista de escenario. 

Pero el sol arde y es mejor no demorarnos con tertulia de sobremesa. Salimos y descendemos hasta Cais de Sodré y caminamos a lo largo del paseo de la ribera del Tajo, corriente arriba. Reconozco la amplia Praça do Comercio con su monumento ecuestre y edificios circundantes. Continuamos por el frente del río pero eventualmente viramos a la izquierda y empezamos a subir cuestas. Ladera arriba se encuentra el Castelo de São Jorge. Pero en los recovecos y calles retorcidas del antiquísimo barrio de Alfama nos perdemos varias veces, incluso en callejones sin salida. Sin proponérnoslo damos con la Catedral de San Antonio, llamada . Ya subiendo vemos la iglesita de Santa Luzia, tan pequeñita y blanquita, con veraneras lila al lado y azulejos antiguos adornado una pared exterior. Del mirador se ve el Tajo azul y las fachadas blancas y techos de teja roja de las casas en barrios más bajos.

Seguimos desorientados. Sin embargo, preguntando a los lugareños eventualmente llegamos al castillo en lo alto del cerro. Lo construyeron los moros cuando dominaban la península Ibérica. Hoy hay que pagar incluso para recorrer las murallas. Antes sólo se pagaba para ingresar al interior más fortificado, creo, pues cuando estuve no pagué nada. Pero no importa. Entramos, recorremos la explanada, y desde las murallas observamos aún mejor el Tajo y su desembocadura y muchos barrios de Lisboa. 

En realidad todo está cerca. Reconozco el Jardín Botánico y la Avenida Liberdade y ubico mi hospedaje aproximadamente. Es hermoso el paisaje lisboeta en sí, con sus plazas, monumentos, obeliscos, iglesias, torres y barrios tan blancos. Recorremos también el interior fortificado, imaginando su antigua función militar. Nos gusta más como mirador. 

Satisfechos, descendemos por las callejuelas de Alfama con sus casitas pequeñas y antiguas, muchas con fachadas de azulejos, todas amontonadas. Pero Rachel descubre un elevador y bajamos varios niveles de la ladera sin recorrer vericuetos. Yo la sigo y no sé cómo vamos a dar a la plaza con el monumento a Pedro IV. Tiene dos fuentes enormes de hierro forjado con estanques circulares. Recuerdo que acá también estuve. Es la plaza de Rossio.  Es adoquinada en blanco y negro, con el diseño de olas que también tiene el paseo de Copacabana en Río de Janeiro. En la plaza hay grupos de jóvenes universitarios lisboetas, vestidos de traje entero negro, camisa blanca, y corbata y capa también negras. Le cantan de rodillas a unas muchachas. Es el inicio del año univeristario.

 Rachel me continúa guiando y me lleva de vuelta al paseo o "largo" de Chiado. Subimos por un paseo peatonal en el cual se encuentra la librería Bertrand, la más antigua del mundo aún abierta, fundada en 1732. Su interior consiste en una serie de galerías con techos en arcos que se encuentran, romanescos o góticos, no sé. Ojeamos libros por el placer de estar allí. Luego salimos, terminamos de subir el paseo y llegamos de nuevo a la cafetería Brazileira. 

Hemos recorrido bastante de Lisboa en una tarde agradable. Complacidos, nos vamos en metro hasta Rato. Allí encontramos a Lucas, Romina y Ana María. Y en la terraza de su casa, en un cuarto piso, vemos el atardecer, cenamos, tomamos cerveza portuguesa Sagres y damos gracias por el buen día y los amigos. Terminamos la velada bajo las estrellas de media noche. Me despido y desciendo laderas hasta mi calle de la Alegría a dormir.

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