martes, 27 de septiembre de 2016

Del café con tostada a la tolerancia en Lisboa

Anoche deseaba ver de nuevo al Tejo y a mis amigos pronto. Y esto sucede antes de lo esperado. Es lunes por la mañana y Marisol me escribe temprano para preguntarme si tendré tiempo de tomarme un café antes de irme en tren a Porto. Dice que quiere "disfrutarme un poquito más" y llevarme a tomar un café a la Confeitaria Nacional, un café y repostería tradicional en la Praça da Figueira. Le digo que sí y al rato nos encontramos frente a la estación ferroviaria de Rossio. Nos vemos y nos abrazamos. A mí me halaga que sacara un ratico un lunes por la mañana para verme. 

Atravesamos la plaza Rossio, giramos a la izquiera y en pocos pasos estamos en la plaza de la Figueira o Higuera, y allí mismo en la esquina una placa nos informa que la confitería fue fundada en 1829. Entramos y nos sentamos en una mesita elegante, chiquita y redonda, de madera, al lado de una ventana lateral que mira a un callejón aledaño. Una mesera trigueña muy atenta nos trae el menú. Aunque los dulces son tentadores, incluso para mí que como poco dulce, queremos desayunar, así que pedimos una tostada tradicional con manteiga, doce (mermelada) de fresa al lado, y un café cada uno. 

Conversamos un poco más, y muy a gusto, sobre los años en Pensilvania, los amigos, cómo nos interesamos por el portugués y la literatura lusófona, ella en Venezuela y yo en Brasil, los proyectos, los sueños, las saudades, la vida. Ella me cuenta mucho sobre la suya y me doy cuenta que es un persona extraordinaria a quien no llegué a conocer bien entonces. Pero la vida nos reunió en Lisboa para profundizar nuestra amistad.

Pero hay poco tiempo, así que pedimos la cuenta y nos vamos. Ella quiere llevarme a dos de sus lugares favoritos en Lisboa. Entonces me lleva a la Praça da Tolerancia. Es un pequeño espacio, empedrado de blanco, al lado de la majestuosa plaza Rossio. En esta placita se rinde homenaje histórico a los judíos y cristianos convertidos que fueron asesinados por la Inquisición católica a principios del siglo XVI. Allí se reúnen hoy en día muchos inmigrantes simplemente a conversar y estar juntos. Esta mañana hay africanos musulmanes de varios países, todos vestidos con atuendos típicos. 

En la plaza crece un olivo hermoso. El olivo está justo al frente de la entrada a la Igreja de São Domingos. Mari me cuenta que ésta fue dañada por un incendio a mediados del siglo pasado y aunque ha sido parcialmente restaurada, el interior está aún dañado. De hecho, sus columnas y paredes interiores lucen derruídas. A ella le gusta porque es una iglesia austera y humilde, en contraste con los excesos ornamentales y la grandiosidad de otras iglesias lisboetas. 

Y me lo reitero: tuve que venir a Lisboa para conocer mejor a esta amiga y discernir su sensibilidad especial. 

Lamentablemente es hora de despedirnos. Ella a casa, a su familia, a su hija. Y yo a Porto. 

Nos abrazamos más fuertemente esta vez. Y yo doy gracias porque apenas vamos por las 11 am y este día ya ha sido inolvidable.

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