El lunes de madrugada, cuando me despertó el catador de reciclaje del barrio, estaba soñando con mi viejo carro, un Honda Prelude color verde bosque. Desde que lo vendí y me vine a Nueva York, no tuve carro nunca más. Prefiero esa libertad de no ser dueño ni tener que asegurar un carro y usar otros medios de transporte. Pero la película Captain Fantastic me revivió el sueño de hacer un road trip por las Dakotas, Montana, Oregon, California, Nevada, Utah, Arizona y Nuevo México. Eso me llevo a recordar el Prelude que compré en Luisiana, manejé a 150 kilómetros por hora hasta Pensilvania, y luego me llevó a tantas aventuras por el noreste, norte y medio-oeste de la Yunai. Yo de hecho lo llamaba Rocinante, pero en secreto, para no hacer el ridículo en público. Es más, en ese Rocinante seguí a una Dulcinea por Washington D.C. y Columbus, Ohio.
En el sueño, había recuperado mi Prelude. Ya estaba viejito el Rocinante, un "clásico" digamos, y entonces mi Tata estaba ayudándome a restaurarlo. En realidad, lo arreglaba él y yo le ayudaba. Luego lo íbamos a probar. Manejaba él. El paisaje era Pensilvaniano: probábamos el Prelude en carreteras rurales, llenas de curvas, entre montañas antiquísimas erosionadas y disminuidas a la altura de cerros bajos, pero cubiertas de bosque. El Prelude respondía: aceleraba con potencia al subir las pendientes, se agarraba riquísimo al asfalto en las curvas y se disparaba en las rectas. En una cuesta empinada y en curva, me desperté. Pero creo que algo ha sanado en mi interior porque sueño con adentrarme en la Yunai. Llevaba años queriendo alejarme.
Tengo amigos en Montana, Oregon y Nevada. Quizá sea hora de inventarme un road trip. Justo un capítulo de mi libro por publicarse, Sauntering in America, es sobre mis primeros road trips en la Yunai. Por lo pronto, puedo seguir soñando.
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