Lunes, 12:00 mediodía. Parte el tren de la estación Lisboa - Santa Apolônia a Porto - Campanhã. Le llaman servicio de tren "pendular" pues los vagones se inclinan a izquierda o derecha para ir más rápido en las curvas. Al alejarnos de Lisboa hacia el este, observo por un rato el cauce ancho del río Tajo a nuestra derecha. He dormido muy poco desde que abordé el avión a Lisboa hace días, por lo que dormito un poco. Cuando me despierto, a las 13:15, el tren ha girado al norte. Por la ventana veo colinas cubiertas de eucaliptos, campos de olivares y caseríos. Las casitas en general son de dos plantas, fachada blanca y tejas arcilla. Muchas son antiguas, otras más modernas pero construídas con el mismo estilo. Los olivares son hermosos: cada olivo es muy distinto en su forma y figura del otro, por las distintas contorsiones de sus troncos y ramas. Los olivares me gustan además por sus tonos, tanto el mate de los troncos como el verde tan peculiar de las hojitas finas y delgadas de los olivos. Calzan con el paisaje un tanto austero.
Dormito otro rato y luego converso con Raúl, el portugués que se ha sentado a mi lado. Es ingeniero, vive en Lisboa, pero es de Porto, ha vivido antes en Río de Janeiro cuatro años, y habla muy bien el español. Así que tenemos bastante para conversar. Al final le pido sugerencias de qué hacer en Porto y me las da, además en plan atlético, con trayectos corriendo, nadando y andando en bici, pues es triatleta. Buen tipo. Se interesa por la conferencia sobre filosofía del deporte que me espera en Porto e intercambiamos contacto. Y ya hemos llegado a la estación Campanhã, por lo que nos despedimos. La estación es relativamente pequeña, tranquila, de pocos andenes, con fachada neoclásica y una placita vacía en frente. Busco el metro, compro mi tarjeta de transporte y me encamino a Marquês. A ver qué me espera en Porto. Sé, en todo caso, que me encontraré con amigos.
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