El domingo a las 11 am Lucas y Rachel pasan por mí a la plaza de la Alegría. Quieren llevarme a conocer Sintra, un pueblo en las sierras al noroeste de Lisboa.
Allá nos vamos. Estacionamos cerca del centro histórico pero antes de recorrerlo queremos subir al Castelo dos Mouros, o Castillo de los Moros, una fortaleza construída por los musulmanes en un pico alto de la sierra. Desde allí dominaban las planicies y costas de los alrededores. Trepamos el cerro por un sendero que se inicia en Vila Sassetti, una vila de estilo lombardo en plenas serranías portuguesas, y sigue ladera arriba por entre bosques. Las vistas hacia el centro de Sintra, palacios circundantes y las bajuras y la costa alucinan. Después de un ascenso moderadamente vigoroso, el sendero nos lleva hasta la entrada del propio castillo.
Ya en su interior, recorremos la explanada y subimos a la muralla. Las escaleras de piedra son estrechas y la muralla es alta. Rachel sufre de miedo a las alturas y a medio ascenso decide bajar. Pero nos pide continuar. Lucas dice que está bien, así que continuamos mientras ella desciende a la explanada. La torre más alta realmente causa un poco de vértigo. Desde ella se domina toda la vista de los alrededores, incluyendo el cercano Palácio da Pena, romántico con su alta torre roja, en la cima de otro cerro. El viento sopla fuerte y da frío. Lucas se pregunta cuánto sufrirían los centinelas moros en las noches de invierno. Me cuenta que este castillo fue el último bastión musulmán hasta que negociaron con los portugueses y por un monto que éstos pagaron, se retiraron por mar y regresaron a África. Recorremos todo el largo de la muralla hasta el otro extremo.
Luego bajamos de la muralla y encontramos a Rachel. Es hora de almorzar. Bajamos por otro sendero hasta el centro de Sintra y en una terraza en una de sus callejuelas nos sentamos a comer petiscos, o bocas, de culinaria portuguesa, de pulpo, bacalao y calamar, acompañados de una refrescante Imperial - no la cerveza tica, sino una cerveza rubia servida a presión en un vaso fino y alto. Empiezo a cerciorarme de que en Portugal se bebe muy bien y se come aún mejor. Además, mis amigos son generosos, pues me ceden esta silla desde la cual, por entre las fachadas coloridas y techos de teja de las casas de varias plantas, puedo ver laderas verdes y parte de la muralla del castillo.
Tras el almuerzo, caminamos un poco y nos vamos. Quieren llevarme al Cabo da Roca, en el Parque Natural de Sintra-Cascais. Es el extremo más occidental del continente europeo. Y allá nos vamos, descendiendo por entre serranías verdes al encuentro del Atlántico. Lo visitamos, pero merece mención aparte.
Desde allí me llevan finalmente a la Praia do Guincho, una playa rodeada de dunas, un poco más al sur del Cabo. El viento allí es fortísimo. Varia gente practica el kite surfing. Si maniobran mal se los lleva el viento. Nosotros nos limitamos a tomar un café en un puestico sobre una duna cercana mientras observamos la playa y el olear incesante del verde océano.
De allí el resto es regresar a Lisboa y decirnos "até logo" en la calle Alegría, pues mañana me voy a Porto, pero regreso a visitarlos en Lisboa el próximo domingo. "Hasta luego", entonces. Son amigos generosos y cariñosos. Soy un ser bendecido y agraciado por la Vida.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario